miércoles, diciembre 09, 2009



El enigma de la luz. Un viaje en el arte.

CEES NOOTEBOOM.

En Ediciones Siruela se publicó en 2007 este volumen recopilatorio de textos sobre arte del gran escritor holandés Cees Nooteboom. Verdaderamente los historiadores de arte saben un montón de arte. Los críticos de arte -a veces son los mismos historiadores- saben todavía más. Pero en ocasiones sus conocimientos son tan vastos que uno termina perdiéndose, y a veces hasta pensamos que nos toman el pelo. Por eso cuando los comentarios sobre arte proceden de alguien que no es directamente del gremio, ocurre en el caso de los filósofos Foldenyi y Todorov, o de escritores como Nooteboom, el interés aumenta exponencialmente, simplemente porque sus palabras las sentimos más cercanas. En realidad estamos leyendo a aficionados como nosotros, pero unos aficionados con sensibilidad extrema y con una capacidad expresiva más allá de lo normal en este tipo de escritos. Después de una introducción, si se me permite, un poco chorra, perteneciente a un catálogo de una exposición de Max Neumann ("Lo que me llama la atención es el silencio. Es el espacio el que lo produce. Este no produce ningún sonido"), Nooteboom nos adentra en el mundo de Vermeer de la mano de La lección de música interrumpida del Frick Museum de Nueva York. Cuando pensamos en los museos de arte de Nueva York enseguida nos vienen a la cabeza el MOMA y el Guggenheim, pero pocos saben -al menos yo no lo sabía- que en pleno Central Park se erige el Frick Museum, una invención de un comerciante particular que consiguió una buena colección artística vendiendo carbón y acero. En él Nooteboom reflexiona sobre el hecho de ser compatriota de Vermeer, lo cual le acerca más a la pintura de Vermeer, algo que él llama "sentimiento nacional", y también piensa en su actitude de voyeur que llega a incomodarle. Leemos cosas como:"El amor está sugerido en el cuadro por un Cupido apenas visible, colgado en la pared del fondo", un comentario que pudiera haberse sacado de cualquier libro sobre Vermeer, sin embargo este otro es quizás más personal: "La posibilidad de que la muchacha hubiera posado está descartada: lo que el espectador ve es, literalmente, un abrir y cerrar de ojos, un instante, la mirada de la muchacha, lel breve momento en que ésta interrumpe la intimidad del acontecimiento alzando la vista". También observa detenidamente un Rembrandt, su autorretrato con bastón, de 1658. Nooteboom está preocupado por el fin que persigue el retratado y por la forma de conseguirlo: " "El retratista tiene que observarse a sí mismo todo el tiempo hasta que asoma su doble pintura en el lienzo que tiene delante, una figura que es su propio yo pero a la que ha añadido algo, a saber, aquello que piensa de sí mismo". El escritor se fija en una joven holandesa bellísima con blusa azul (no podía ser de otra forma, cuando alguien busca la belleza en un museo termina encontrándola bajo forma humana con mayor claridad si cabe) -la delata el lenguaje, ella cree estar en tierra de extraños pero a su lado está este hombre sabio que también habla holandés-. Nooteboom duda en si abordarla o no ("¿Qué sucede en los museos cuando te topas con alguien que llama tu atención?", pues si ella es muy guapa la persigues hasta que ella huye aterrada, por dios), él es muy tímido y no se atreve a hablar con extraños -me solidarizo con Nooteboom, puedo pasar una semana en una ciudad extranjera sin hablar salvo con la máquina expendedora de tikes de metro y con los carteles de moda de Natalia Vodianova-. Finalmente lo hace, el cuadro de Rembrandt los ha unido por unos segundos: "Eso se hacía con un espejo -contesta ella". Pero esta respuesta no contenta a Noteboom, él buscaba en un sitio más recóndito, bajo la piel del autor, más allá de los pigmentos y los aceites. Quizás no haya nada más que eso, señor escritor. Por cierto, según Nooteboom la chica de blusa azul se parecía a la joven del cuadro de Vermeer -a mi también me pareció ver a Zhang Ziyi en la National Gallery, ¡no fastidies!. En el segundo capítulo Nooteboom vuelve a su casa en Amsterdam después de un largo viaje. Para entretenerse esa tarde se mete en el Rijksmuseum y ve una exposición de grabados de Tiépolo ("¿Qué sé yo en realidad de Tiépolo?"). Al escritor no le sorprenden mucho los (magníficos) grabados -anunciadores del Goya más esotérico y del Picasso más fáunico-, sino que más bien, y haciendo honor a su oficio, se interesa más por los hermosos títulos de los mismos: "Me deleito con los títulos de los grabados: Mago sentado estudiando cráneos, Cabeza de hombre en una pira, Dos magos y un pastor, El descubrimiento del sepulcro de Pulcinella, Seis personas observando una serpiente. Me divierte la ligereza de estas imágenes. Cada una de ellas captura un instante, como si el grabador hubiera deambulado invisible por ese mundo imaginario de sátiros, magos, serpientes, lechuzas y astrónomos armado de una plumilla polaroid para atrapar a los presentes durante un larguísimo segundo en sus mudas labores". No es Nooteboom un comentarista vanidoso, ante la incertidumbre que le aborda al contemplar "un tiro de cuatro centauros con Hércules subido a un carro de la victoria medio oculto entre las nubes" se confiesa: "Recuerdo el ridículo que hice en cierta ocasión al imaginarme que había descubierto el origen del gótico en un monasterio de Navarra." Después de esta exposición, y como nos ocurre muchas veces al contemplar la obra de un artista poco conocido, Nooteboom siente la necesidad de saber más. Busca libros sobre Tiépolo en la ciudad. Un amigo le refiere los increíbles frescos del palacio de Würzburg. Para allá va Nooteboom a la primera que puede, y nos regala algún pasaje literario de gran calidad: "Viajando por Alemania descubro la transición del grabado al fresco. En Siebengebirge el sol tardío traza una pincelada de rojo poniente sobre un campo cubierto de nieve ilustrado con dos cepas retorcidas. El sol no se deja ver en su forma de bola, pues es demasiado fuerte: es un orificio del que emana fuego, que se derrama espeso y viscoso por las colinas. Luego oscurece rápidamente y mi estado de ánimo se torna sombrío. Azul, violeta, negro, ésos son los tonos que adopta el crepúsculo que desciende sobre la tierra." Pensamos: ¿Acaso está ya ante las pinturas de Tiépolo? Llega a aquel lugar, Würzburg, donde "ha caido la noche, hace frío y reina el silencio" -todos esos prolegómenos que rodean a la contemplación de la obra de arte y que siempre ignoran los críticos listillos que todo lo observan analíticamente con su pipa y la estufa a los pies-, porque la observación del arte depende de tantos factores subjetivos que lo que hoy es de una forma mañana puede ser de otra, ¿tendrán los frescos de Würzburg los mismo colores en invierno que en verano?, ¿los mismos para un yo enamorado que para un yo aburrido?-, Nooteboom visita el palacio, pasa frío entre sus paredes, admira los enormes frescos del techo -cuando las corrientes de turistas le dejan, otra cosa que los críticos de arte olvidan, la popularización, el acercamiento al conocimiento de las masas aleja el propio conocimiento de los verdaderamente interesados-, se aturrulla ante tanta creatividad: "Es excesivo, no puedo más. Rodeado por ese fastuoso esplendor miro hacia fuera, al laberinto artificial de jardines, pero ya no soy capaz de asimilar nada más. Entonces trato de ver mi propia persona reflejada en los espejos del techo, pero por más que lo intento, no me encuentro. Esto no es un misterio, es técnica".


-continúa-

3 comentarios:

pirlosky dijo...

Muy interesante la reseña, veo que se identifica usted con el bueno de Cesc.
Una cosilla. Los críticos no han olvidado ni mucho menos la masificación del espectáculo artístico. Desde los años 60 Marshall mcluhan o umb. eco, por ejemplo, se ocuparon del tema y escribieron obras muy influyentes sobre esto.

ESPASUA dijo...

Bravo Sr. Kovalski, endulza Vd. mis visitas a la Web con sus escritos. Gracias.

k dijo...

gracias por el comentario don pirlo, son interesantes esas referencias que apuntas -aunque no serían tan influyentes esos escritos cuando nadie les ha hecho caso JAJA-, y eso que en los 60 todavía no se había inventado el turismo cultural..., habrá que bucear en la biblioteca, lo que yo quería decir es que cuando un crítico habla del dorado de Rembrandt debería tener en cuenta que a tu lado un niño está chorreándose por los pasillos,un vigilante está hablando por el móvil a gritos,una chica guapísima da vueltas a tu alrededor, y tú llevas ya cinco horas en el museo y las piernas te tiemblan... ¿el dorado de Rembrandt? ¡no veo nada!, ya sé que es absurda mi acotación pero era por decir algo jeje.
Gracias igualmente jp, llevaba un tiempo sin escribir y este libro me ha dado una buena excusa, seguiré comentándolo porque me ha gustado y es muy interesante,
saludos