El enigma de la luz.
Nooteboom.
Parte 3ª.
Continuamos con la tercera entrega del comentario de este magnífico libro del holandés Cees Nooteboom, escrito en Menorca.
El filósofo sin ojos.
Nooteboom va a Munich y asiste a una exposición de De Chirico en la Haus der Kunst. Siempre me he preguntado qué significado podría tener visitar una exposición en una ciudad extranjera de un artista que es a su vez extranjero en esa ciudad, porque para ver a De Chirico lo suyo es estar en una ciudad italiana, Milán, por ejemplo, pero ver a Monet en Milán, como me sucedió este verano, resulta un poco extravagante -y más cuando la mayoría de los cuadros provenían del Marmottan de París, ciudad en la que he estado varias veces y museo que a pesar de esto aún no he podido visitar, es decir, era como una broma surrealista, terminé viendo los cuadros del Marmottan de París, en Milán-, aunque no por ello deja de ser una experiencia cautivadora y extraña. Nooteboom indaga en el objeto de la pintura: "Curioso destino el de las obras de los pintores famosos. Nacen como telas claveteadas sobre madera, que después son cubiertas de pintura con la que se expresan los pensamientos o sentimientos del artista, o mejor dicho, la representación de sus pensamientos o sentimientos, y a partir de ese instante se convierten tanto en pura materia como en algo que no admite descripción, cálculo o definición, lo mismo que un sueño." Aquí quizás peca un poco de ingenuo en su razonamiento pero creo se puede extraer alguna idea interesante, como por ejemplo ¿acaso no son lo mismo los pensamientos y los sentimientos?, ¿no puede el artista pintar sin más intención última que la de de expresar nada? Nooteboom , puede que contagiado por el hálito metafísico de la obra de De Chirico, sigue planteándose cuestiones de difícil esclarecimiento: "¿existen teorías de la relatividad que expliquen cómo el tiempo transforma una obra de arte mientras la materia permanece inalterada? ¿Hay alguna manera de calcular el cambio de significado que una obra de arte experimenta a lo largo del tiempo?". Bueno, creo que es imposible la exactitud pero la historia nos da pistas y sabemos casi con toda certeza que Tápies pasará a la posteridad mientras que Barceló puede que se encuentre en una duda más que razonable, serían algo así como Velázquez el primero y Carreño el segundo en el Madrid del barroco. Por descontado que en este capítulo se aborda -aunque ligeramente- la acitud de De Chirico con respecto a su obra última, una vez que haya sido desterrado por los surrealistas, y que haya procedido a fechar fraudulentamente algunos cuadros ("No es que sea una forma de actuar muy ética pero... ¿Debería yo rechazar por razones éticas a esos dos caballos patéticos en ese paisaje vacío de 1931?"). Es tremenda la idea que aquí se plantea, la duda ética, ¿qué cambia en esos óleos salvo la autenticidad de la fecha? Concluimos que la calidad de una obra está íntima e inseparablemente ligada a la fecha de creación. Que alguien pinte como Velázquez hoy día está bien, pero vamos, nadie le va a hacer ni caso -bueno y eso de que pinte como Velázquez habría que verlo, claro.
La dama y el unicornio.
En el Monasterio de Cluny en París se encuentra el museo de la Edad Media, está en pleno centro, cerca de La Sorbona y del Jardín de Luxemburgo, medio escondido entre calles sombrías, junto a un pequeño y bellísimo parquecito: "Una vez dentro el ruido del mundo moderno se debilita, no queda sino el vago rumor de un salvaje rompiente al que ya no perteneces." Allí se apasiona Nooteboom con los tapices de La dama y el Unicornio. Sobre El gusto escribe: "Ésta es la dama más bella. Es ella la que me hace retornar una y otra vez a este lugar. La isla de este tapiz es más amplia, la dama es esbelta, su velo se agita impulsado por un viento que no perturba los árboles. El unicornio aparece aquí erguido, su poder se así más visible." Y realmente en estas páginas Nooteboom dignifica el auténtico halo de misterio y belleza que inundan las paredes de ese museo, uno de los más hermosos de todo París, y un lugar donde realmente uno se siente como en otro mundo. La forma en que una obra de arte nos llama y nos hace acudir a su presencia es un bonito bosquejo de cómo el arte embauca y hace soñar. Ira una ciudad simplemnte a ver un cuadro es una experiencia única y mágica. El año pasado me pasó algo parecido durante mi estancia en Bruselas. El último día de visita partí hacia Amberes alocadamente sólo para ver La virgen de Melun de Jean Fouquet en el Museo de Bellas Artes -y con el riesgo de que cualquier imprevisto me hiciera perder el tren a París que salía a las cuatro de la tarde. Prácticamente no me dio tiempo a ver nada más. Si acaso el dibujo de Santa Bárbara de Van Eyck. No recuerdo nada más de Amberes ni de su museo -bueno, salvo la huelga de funcionarios que casi da al traste con mi atrevido plan y la maravillosa estación de tren que recreara Sebald en las primeras páginas de Austerlitz.
Los hombres ciegos de Bruegel.
"Me impresionó aquel terrible vacío en los ojos de los ciegos, ese blanco dirigido hacia la nada, unas bolas luminosas sin pupila, instrumentos destructivos bloqueando el acceso al mundo. Sus cabezas locas alzadas en todas las direcciones, sumidas en una eterna oscuridad. Para estos hombres no existe el amable paisaje flamenco ni los lirios de los arroyos ni la colina suavemente ondulada al fondo ni la pequeña iglesia en el prado junto a la colina. Verde, todo era verde en aquel lienzo, nórdico, y de repente sentí una punzada de nostalgia de esos paisajes tan familiares para mi, que los veranos no abrasan como en la Italia donde me encontraba en aquel momento sino que flotan sobre el paisaje, densos, húmedos. Cuando más adelante le comenté a un amigo belga mis impresiones, éste se echó a reir. En mi inocencia yo había ubicado aquel paisaje en las inmediaciones de Brujas. Él me sacó del error:
- Los paisajes de Bruegel están en Pajottenland, una comarca al sudoeste de Bramante, entre los ríos Zenne y Drender, en las inmediaciones de Bruselas."
Se habla de la increíble plasticidad de los ojos de los distintos ciegos de forma que se han podido identificar varias enfermedades oculares perfectamente representadas e incluso se piensa que Bruegel podía haber estudiado medicina. Sinceramente, ¿no sería más lógico y sencillo pensar que estuvo asesorado por alguna autoridad científica o bien que visitó o conoció a algunos ciegos que utilizó como modelos para conseguir ese aspecto tan clínico de los globos oculares enfermos?
Ante los cuadros de Bruegel uno puede tirarse horas enteras estudiando a los personajes que los pueblan, como sucede ante El triunfo de la muerte de El Prado, por ejemplo. En Bruselas pude ver Paisaje con la caída de Ícaro, donde el hijo de Dédalo cae al agua tras un primer plano de un campesino y perdido en el mar, de modo que hay que estar muy agudo para localizar la escena supuestamente principal del lienzo. Esta y otras circunstancias llaman la atención de Nooteboom: "¿Por qué bailan aquellos campesinos junto a un patíbulo? ¿Y cómo es que las dos urracas asisten impasibles al jolgorio y no alzan el vuelo? ¿Por qué razón el campesino que labra el campo no ve la pierna del hombre que ha caído al agua y que se está ahogando? ¿Cómo se llama esa extraña ciudad a orillas del agua hacia la que navegan los barcos con sus velas caligráficas? Resulta imposible mirar esos cuadros sin que te invada una infinita curiosidad." La curiosidad como resorte de admiración, de ampliación, de idolatración de la obra de arte como objeto enigmático repleto de significado. El día que no sintamos curiosidad ante un cuadro no estaremos viendo nada. La gente demanda sentido, intención, por eso a veces el arte abstracto tiene tan mala popularización, precisamente porque la abstracción tenga que proceder tanto de la obra como del público que observa.
El lado oscuro del arte pictórico.
Aquí tiene que aparecer por fuerza Caspar David Friedrich David, me dije. Ya al comienzo se cita Melancolía de Foldenyi, lo cual supuso un empuje de moral, ¡yo había leído ese emocionante-y erudito- libro! A raíz del conocimiento de este título Nooteboom indaga en la obra de Foldenyi y busca un artículo dedicado a Friedrich: "En un largo pasaje el autor reflexiona sobre la imposibilidad de retratar a Dios: éste ha abandonado el mundo (Que él denomina universo) y su ausencia, paradójicamente, ha sido sustituida por una presencia en el corazón del pintor, cuyo sentimiento de pérdida es tan inefable que percibe esa pérdida como una intensísima experiencia sensual." Leemos a Nooteboom escribiendo sobre Foldenyi escribiendo sobre Friedrich. Asimismo yo escribo sobre Nooteboom escribiendo sobre Foldenyi... Creo que debería estar más extendida la práctica de la crítica de las críticas, y no solo en el arte, sino en cualquier ámbito, en este sentido la crítica de críticas literarias sería un campo muy estimulante para terminar de perder la cabeza. Nooteboom como siempre no se conforma con asuntos baladíes, y va al meollo del tema: "¿Quién es el sujeto pintor y qué representa en sus obras? ¿Es posible determinar esto? No lo sé, pero el mero intento es ya una locura, porque las pinturas no hablan, ya se sabe. Sería algo así como consultar a un psiquiatra mudo." Por otro lado podríamos deducir lo contrario, que precisamente son las obras las que mejor hablan de un autor, ya que parten en ocasiones de centros neurálgicos inaccesibles para el propio artista, es decir, el artista no sabe cómo es él en realidad, su obra así lo determina, y siguiendo un análisis cercano a Sartre podríamos también afirmar que el artista es su obra, y nada más. Así las cosas, es la interpretación de la obra la que conforma la obra, y la mayoría de las veces esa interpretación es ajena al artista: "La firmeza de las aseveraciones de Foldenyi hace que a veces tenga uno la impresión de que no es él sino el pintor quien, con una extraordinaria habilidad anacrónica, cita a Nietzsche, Shopenhauer, Bataille y Heidegger anticipando proféticamente la conexión de su obra con la de los posteriores artistas abstractos americanos". Y esta idea acerca de las conexiones entre los artistas antiguos y los modernos siempre me ha parecido muy interesante -y yo mismo la he utilizado en mis humildes artículos de aficionado-, porque de alguna forma reivindican la modernidad de lo antiguo y también revalorizan la calidad de lo moderno, muchas veces bajo sospecha, produciéndose un cruce de caminos que nos hace hilvanar la no exagerada idea de que el arte es atemporal y de que todo en el arte está ya hecho. Y también está muy acertado Nooteboom al hacer notar que son a veces los críticos e historiadores del arte quienes proporcionan el sentido de las obras de arte, y en algunos casos distanciándose enormemente de la idea original del propio autor, de forma que casi son tan creadores unos como otros -retomando la idea anterior. A este respecto en una ocasión propuse a mi hermano pirlosky que ejecutara un cuadro a partir de una crítica previa inventada por mi, de esta manera estaríamos en el mismo camino -aunque yo desconocía este hecho en aquellos momentos- que utilizara Vila Matas en unos de sus relatos de Exploradores del abismo, el que trata de Sophie Calle y un relato imaginario en las Azores -y que luego explotaría en su Mal de Montano. Feliz o infelizmente el proyecto no se llevó a cabo, y creo que fue porque no sabríamos a ciencia cierta quién sería el verdadero autor del cuadro, si yo con mi crítica pre-creativa o él con su ejecución post-crítica. En este sentido las dudas acerca de la autoría de una obra conllevan a una misteriosa escena en la que tanto artistas como especuladores de la interpretación se podrían dar cita. Sólo faltaría que se liaran a tortas para dilucidar la verdad. Pero de esto no dice nada Nooteboom.
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