sábado, diciembre 12, 2009


El enigma de la luz.
NOOTEBOOM (2ª parte).


Especulaciones en el aire.
"Pocas ciudades hay en las que la idea del tiempo se imponga tanto como en Florencia." En este capítulo Nooteboom se deja caer por la ciudad florentina. Hace alguna reflexión acerca de la relatividad del tiempo en el arte y del arte en el tiempo: "descubres así que los mismos objetos (el Duomo, por ejemplo) se reflejan en imágenes de siglos muy dispares, como si tales objetos tuvieran una existencia más prolongada que otros posteriores. Te percatas entonces, no sin dolor, de que para una persona del quatrocento un objeto de la época de Dante tenía la misma antigüedad que para nosotros una pintura de finales del siglo XVIII". Comenta la línea de ascendencia entre Orcagna-Ghirlandaio-Miguel Ángel, sufre un breve e intenso momento de felicidad aparente: "Hay gente sentada en las bajas escaleras que conducen hacia los arcos de la galería Brunelleschi, unos arcos que se persiguen unos a otros con ligeros saltos. Reina la alegría propia del verano. Si la felicidad se determinara por su peso, ese día se necesitaría una gran balanza en la plaza. Me pregunto dde donde nace esa alegría que también me embarga a mí. ¿Será por la antigüedad de todo lo que nos rodea? No, no es por eso. Será porque todo funciona a pesar de su antigüedad." Bueno, es una idea un poco extravagante, aparte de que para disfrutar el Arte como dios manda hay que estar un poco amargado, desilusionado con la vida, porque de lo contrario ¿de dónde nos rescata el Arte? ¿Quién necesita el arte si se es feliz? Pero Nooteboom no se va a los Uffizi sino que entra en el Ospedale degli Innocenti para ver un Ghirlandaio (El Retablo de la Epifanía): "Su obra carece de la misteriosa poesía de su contemporáneo Botticelli -quizá por ser sencillamente menos piadoso-, pero da muestras de una gran audacia con sus perspectivas arquitectónicas que se pierden enlazadas al infinito, sus retratos impasibles, los paisajes del fondo que desbordan los límites del cuadro, la osadía con la que emplea elementos sagrados del pasado para ilustrar su propio tiempo...". Pero lo mismo se podría decir de Botticelli, y de Lippi. Nooteboom se queja de la poca bibliografía existente de Ghirlandaio. Hay que darle la razón pero no comparto que intente equipararlo con Botticelli porque la obra de éste contiene un plus de genialidad -apenas explicable- que lo hace único. A raíz de la contemplación de las dos figuras de bronce griegas del Museo Arqueológico procedentes de Calabria (Bronces de Riace, siglo V a.C.) se abre el estimulante dilema del origen y pertenencia de las obras de arte, ¿deben estar estos guerreros en Calabria? Actualmente ya lo están, en la zona donde fueron hallados, flotando en medio del mar, por unos pescadores ("¿Qué representan las figuras? ¿Dioses? ¿Héroes? ¿Atletas? ¿Guerreros?"). Una vez más Nooteboom se queja de la masificación ("Lentamente la multitud me saca a presión de la sala"). Así no se puede ver nada, por dios, o bien ¿no es la mejor manera de admirar algo ante lo cual estaríamos horas y horas sin saber muy bien cuándo parar? Es ésta una forma de delimitar el tiempo de exhibición, sin el cual el ser humano estaría perdido frente a la obra de arte. Odio estar todo el tiempo que pueda en un museo, nunca sé cuántos minutos debo estar ante una obra, cuándo puedo pasar a la siguiente, cómo distribuir el grado de atención, en qué fijarme, etc... Me gustaría comentar estos aspectos con Nooteboom.

El espíritu de Leonardo.
Me encanta el inicio este capítulo porque veo a Nooteboom dirigiéndose hacia el Castillo Sforzesco milanés tal y como yo anduve este verano, bajo un cielo gris y una tímida llovizna refrescante. Sólo que él llega desde la vía Dante, quizás procedente del Duomo, y yo recuerdo que me encaminé hacia él desde la estación de metro más cercana junto al teatro Strehler: "Delante de mi se alza el castillo -una fortaleza de aspecto sombrío y de formas ligeramente nórdicas tal cual fue en su día, porque con el tiempo no ha cambiado". Aquí Nooteboom resbala un poco en su aclaración, y no es la única vez que lo hará en este capítulo acerca de Leonardo como veremos. En este caso, el castillo Sforzesco sufrió alguna que otra destrucción y reforma desde el inicio de su construcción en el siglo XV, siendo la última fechada a principios de siglo, con lo cual el castillo está perfecto e inmaculado pero dista mucho de ser el original. En él había una exposición sobre Leonardo. Nooteboom se fija en el comienzo de la misma en una sala con dibujos "Lo que más me gusta son los estudios de Leonardo acerca de la naturaleza del agua. La zanja de desagüe como caligrafía, el agua como una cuerda, haces de agua, la estructura de un tejido de agua abierto". Cuando Nooteboom escribe sobre los inicios de Leonardo se refiere lógicamente a su aprendizaje en el taller de Verrocchio: "El propio Leonardo demostró pronto ser un aprendiz de brujo. El ejemplo más conocido de ello es el cuadro de Verrocchio titulado El bautismo de Cristo, una parte del cual, la de los dos ángeles, se atribuye a Leonardo (según la tradición). Los ángeles, ya entonces, se ven más sueltos, más libres y más naturales que las figuras de Cristo y su Bautista, y el paisaje abierto, oscuro, cubierto de un crespón dorado, asimismo atribuido a Leonardo." Pero amigo Nooteboom, ¡pero si está totalmente admitido que de los dos ángeles el de la izquierda fue pintado por Leonardo y el de la derecha por Botticelli! Al menos eso es lo que yo he leído en varias fuentes, incluso escribí un artículo el año pasado al respecto. Un repadso al retrato del músico de la Pinacoteca Ambrosiana y una obligada visita a La última cena en la iglesia de Santa María de la Gracia convierten este capítulo del libro en algo muy parecido a lo que yo escribí -salvando las distancias obviamente- este verano con motivo de mi estancia en Milán donde una entrada la reservé a Leonardo por completo. El problema que tuvo Nooteboom es que The last supper estaba siendo restaurada "Esta vez el cuadro está cubierto de andamios, sombras vivas que caminan delante de los rostros". Sin embargo esos pequeños deslices del holandés no restan interés a este capítulo porque el genio de Nooteboom puede resaltar en cualquier esquina del texto, una frase perdida, una reflexión oportuna, en resumen, un breve pero emotivo abordamiento de la obra de Leonardo desde la sinceridad y la humildad.

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