Muchos son los pintores que han utilizado la luz como si fuera un personaje más de sus cuadros. Caravaggio y su "tenebrismo"; Velázquez y sus hilanderas; Rembrandt y su dorado bíblico; Vermeer y sus jóvenes leyendo cartas; Turner y sus lluvia y vapor; De la Tour y sus velas; Monet y sus catedrales de Rouen, y un largo etc. Sin embargo para mi hay dos pintores que consiguen tal impacto visual mediante sus representaciones de la luz más común y a la vez más compleja, la del sol, que a menudo nos sumergen en extraños estados de nostalgia. Son el holandés del barroco Pietr de Hooch, y el americano del siglo XX Edward Hopper. Hopper nació en Nyack en 1822 y escribió: "La luz es un eficaz medio para crear la estructura de la realidad, una potente arma que permite al artista representar su visión del mundo". Todos conocemos esos inhóspitos paisajes de Hopper, esas gasolineras desiertas, ese faro costero, esas escenas urbanas de personajes solitarios. Cuando el mundo del arte estaba siendo sacudido por multitud de corrientes pictóricas Hopper seguía practicando una pintura figurativa, muy ajena a todos esos movimientos. Hopper parecía impermeable al cubismo europeo de Picasso y Bracque; al expresionismo alemán de Kirchner y Nolde; al surrealismo de Breton y De Chirico; al dadaísmo de Duchamp y Man Ray; al ready made de Rauschenberg y Jasper Jons; al pop art de Warhol y Lichtenstein; al expresionismo abstracto de Pollock y Rothko -incluso junto a otros artistas Hopper firmó una carta protesta dirigida al Whitney Museum de Nueva York donde se criticaba el desarrollo del arte abstracto. Si existió un grupo de pintores a los que podríamos afiliar a Hopper quizás sería a los alemanes de la Nueva Objetividad como Hubbuch, Kanoldt o Dix, con quienes compartía algunos elementos diferenciadores como el gusto por el objeto, lo enigmático, el silencio, las paralelas, lo frío, el color suave, etc... No obstante Hopper siempre ha sido un hueso en las "Historias del Arte" ya que es difícil encuadrarlo en un capítulo concreto -ni Hughes ni Gombrich se ocupan de él, por ejemplo-, quizás en el de Neo-Realismo americano. También encontramos en él algunas intersecciones con el surrealismo metafísico de De Chirico, todo esto sin ser surrealista ni metafísico, entonces ¿qué? quizás la tendencia a las formas arquitectónicas, la soledad, y a producir una máscara del tiempo -una especie de disfraz que oculta detalles fundamentales en las historias contadas, originando más preguntas que respuestas. Acerca de la luz también comentaba Hopper: "Estoy muy interesado por la luz, sobre todo, por la del sol, que trato de pintar dejando entrever las formas de debajo. Es muy difícil de llevar a cabo. La forma comienza a ofuscar la luz hasta destruirla... Las escenas nocturnas, en efecto, no son demasiado difíciles, la luz no es muy fuerte y no oscurece las formas, como en cambio tiende a hacer la luz del sol". Esto lo podemos ver en las obras Mediodía, de 1949, Sol de la mañana, de 1952 y Mañana en Cape Cod, de 1950. Pietr de Hooch nació en Rotterdam en 1629 y vivió por lo menos hasta 1684. Fue contemporáneo de Vermeer y Prater y Brauer dicen de su obra: "Sus temas predilectos son lo cotidiano, la existencia del mundo burgués en tranquilidad y orden, en donde nada turba la paz. De Hooch nos muestra estrechas callejuelas, casas con pequeños jardines y patios, y nos permite echar un vistazo a las habitaciones adyacentes y a los salones de sociedad". No sé, pero si insertáramos términos como "cotidiano", "orden", "paz", "tranquilidad" en un libro sobre Hopper creo que no desentonaría nada. No es gran cosa pero si a eso añadimos el efecto de la luz en De Hooch ya encontramos más coincidencias entre los dos artistas. Siguen diciendo los expertos: "Como Vermeer, se especializó en la representación de interiores" -no solo, no solo, que tiene algunos exteriores que quitan el hipo-. "Pero mientras que éste se interesa principalmente por la figura fija en su actividad, en De Hooch domina el espacio en sí, su profundidad, las vistas a través de los vanos de las puertas y ventanas: el ser humano se convierte en un elemento de esos espacios interiores". Albricias, la cosa va cuadrando: "espacios, profundidad, figuras que parecen maniquíes, ventanas, ¡montones de ventanas que dejan ver sus interiores!", sí que se van pareciendo De Hooch y Hopper, parece que no era tan descabellada mi idea inicial. Hopper intenta hacerse más moderno, según Brian O´Doherty -que no sé quién es-: "El punto de vista de Hopper, su técnica de encuadre y su medio de distribuir la luz se acerca mucho a las reglas del teatro y el cine". Vale, De Hooch no tenía ni idea de cine, pero cuántas veces no habremos fantaseado sobre la doncella que barre ese patio, o sobre las conversaciones que mantiene esa pareja, a modo de drama teatral o cinematográfico. Silvia Borghessi explica el encuadre hopperiano de la siguiente forma: "Elegido el motivo, el artista lo transforma, lo pone en relación con escenarios cercanos, y evidencia los elementos esenciales hasta alcanzar una configuración que exprese sus emociones y sensaciones íntimas"; y según ella Hopper "en una entrevista confirmará que, en toda su producción artística, la luz y las formas tienen más importancia que el color". Y Prater y Brauer continúan con la luz de De Hooch: "Como en Vermeer la luz desempeña un papel central: la luz del día en sus más variados tipos de reflejos y refracciones, la luz es el elemento activo que penetra el espacio, que se extiende por muros y paredes, baldosas y azulejos, haciendo que los objetos brillen o se hundan en la sombra". Es la misma luz que se cuela por las habitaciones de hotel de los cuadros de Hopper, de eso no hay duda. Revisando los comentarios a los cuadros de Hopper por parte de Borghessi he sacado algunas expresiones que podrían aplicarse perfectamente también a la pintura de De Hooch: luminismo flamenco; luz espiritual; silencio y soledad; sueños y pensamientos; intrincado mundo de las sensaciones humanas; el absurdo de la vida cotidiana. Es la luz del sol la gran protagonista de estos cuadros, bien atravesando las ventanas o iluminando las casas o las calles o las gasolineras. Esa luz que alumbra a las mujeres que cosen del Thyssen y del Rijksmuseum-¡el mismo motivo!. Cuenta Márai en su segundo libro de memorias "Tierra, tierra", que cuando llegó a Nápoles, en su primera salida de Budapest después de la segunda guerra mundial, el sol de Posillipo le invadió y le dio la vida, y ese recuerdo siempre lo llevó en su corazón, como un refugio al que recurrir en tiempos desafortunados; quizás ese sol de Posillipo es el que inunda los cuadros de Hopper y De Hooch, y por eso al contemplarlos nos sentimos más vivos, más optimistas, más afortunados en definitiva, y puede que por eso también sintamos nostalgia por la nostalgia, para así poder aliviarnos con la visión de estas obras de arte.
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