miércoles, octubre 08, 2008

Caspar David Friedrich, al borde del abismo.

 Si hay un pintor en la historia del Arte al que se pueda definir como melancólico ése es sinduda el alemán Caspar David Friedrich (1774-1840). Su estilo se caracteriza por los paisajes solitarios en los que algunas figuras aparecen -casi siempre de espaldas- como por mero azar, y en este sentido recuerda a Poussin. Dice Alexander Rauch: "Las figuras de los cuadros de Friedrich, que en ocasiones aparecen de pie o sentadas sobre grandes piedras oteando el horizonte, esperan sin respuesta". ¿Qué esperan realmente? El gusto por lo crepuscular le acerca a Turner ("Los cuadros de Friedrich son de un vacío solemne, sólo unos pocos elementos concienzudamente dispuestos articulan las superficies", Rauch -ver El monje en el mar, foto de abajo-), y su gran religiosidad fue compartida por un pintor compatriota y contemporáneo con el cual se enfrentaba pictóricamente, me refiero a Otto Runge. Se relacionó con pensadores románticos como Novalis, y fue un pintor alegórico en cuya figura muchos han visto un precursor del simbolismo. En 1818 pintó Los acantilados de Rügen (o Los acantilados blancos de la isla de Rügen). Allí llevó Friedrich a su esposa en el viaje de bodas y en el cuadro se ven 3 figuras siendo la tercera en discordia la del hermano de Friedrich, Christian, quien les acompañó. Si hay un artista cuya vida ha influido en su manera de pintar ése es Friedrich. Cuando era adolescente Friedrich fue salvado de morir ahogado en una pista de hielo mientras patinaban por uno de sus hermanos muriendo éste en tan heroica acción. Friedrich nunca superaría este hecho que marcó su vida y su obra. Me parece interesante la descripción que del cuadro de Rügen hace Alexander Rauch: "Se desliza un doble sentido: la primera impresión de apacibilidad luminosa está en contradicción con una visión más profunda. Los tres se asoman al borde mismo del abismo; el que está de pie a la derecha confía en la firmeza del arbusto, la mujer busca apoyo en el asiento, se afianza en la rama semimuerta y señala el abismo. La figura más sorprendente es la del mismo pintor; tiene el sombrero caído en el césped o bien se lo ha quitado precipitadamente, tantea el precipicio arrastrándose, como si quisiera sondear la profundidad que le señala el acompañante. Reaparace el doble sentido entre la experiencia recordada y el simbolismo "abismal" de la vida. La vista del mar con los dos veleros es como un hueco abierto hacia abajo y enmarcado por las rocas y copas entrelazadas de los árboles". Asimismo Rauch resalta el virtuosismo en el campo de visión elegido por Friedrich -bien es cierto que existía un precedente que no voy a desvelar- "Esta perspectiva curvada, que obliga al espectador a trasladar los ojos desde la profundidad inmediata hasta la lejanía, es de una audacia casi insuperable". Lázslo Földenyi escribe en su ensayo Melancolía: "Los tres personajes de Caspar David Friedrich se hallan al borde de la muerte, pero sienten tal indiferencia ante ésta que hasta parecen aburrirse. Es una de las características de la melancolía moderna: es el aburrimiento que lo cubre todo". Y continúa: "La profundidad interna y la externa se unen, y la mirada melancólica de las tres figuras nos indica a nosotros, los espectadores, que son miembros de un proceso continuo: lo extreno y lo interno, el sujeto y el objeto, no están separados en ellas, y la naturaleza circundante que se une con la naturaleza humana de los personajes, fluye como una cascada por sus cuerpos, meras envolturas de polvo que ya no hay que proteger de la caída de la muerte". Sorprende un poco que el gran crítico Gombrich no se alinee incondicionalmente con el genio de Friedrich: "Existieron ciertamente, grandes artistas entre los pintores románticos europeos, como el pintor alemán Caspar David Friedrich, cuyos paisajes reflejan el estado de ánimo característico dela lírica romántica de su época, con la que estamos familiarizados a través de las canciones de Schubert. Su cuadro de un panorama desolado (se refiere a Paisaje de las montañas de Silesia, foto) puede hacernos pensar en el espíritu de los paisajes chinos, íntimamente ligados a las ideas poéticas. Pero por grande y merecido que fuera el éxito que estos pintores consiguieron en sus días, hoy creemos que quienes siguieron el camino de Constable, y trataron de explorar objetivamente el mundo visible, lograron algo de importancia más duradera". No sé, creo que Gombrich se equivoca, precisamente en el simbolismo y la alegoría mística puede que esté el germen de toda la pintura moderna, desde el expresionismo hasta la abstracción incluyendo incluso al pop art, ¿o es que El juramento de los Horacio de David es una obra de mayor importancia que las pinturas negras de Goya? Volviendo al cuadro de los acantilados lo que me llama la atención es la gran torpeza de la relación entre las figuras. Me refiero a la falta de realismo en sus miradas -más que nada porque no interaccionan entre ellas, como si fueran tres figuras expuestas en forma de collage, aisladas de su entorno natural para conjuntarlas en medio del paisaje filosófico con los barquitos al fondo que representan la soledad de la existencia y la deriva a la que se ve expuesta sin poder hacer nada por recuperar su propio camino-, en cómo Friedrich se va a precipitar cuesta abajo como siga flirteando con el vacío, cómo su hermano lo ignora y se dedica a otear el horizonte en busca de preguntas sin respuesta (¿existen el cuerpo y el alma? ¿a qué hora saldrá el barco de vuelta?) y cómo su esposa se limita a señalar el patinazo inevitable del pintor. La gravedad que percibimos en el cuerpo de Friedrich nos congela el ánimo, nos hace temer por su vida (el melancólico convive con el ansia por morir y el miedo a la muerte, decía Földényi) y nos produce un vértigo de aupa. ¡Por Dios, quita de ahí, pintor loco!

1 comentario:

Laurita Garcia dijo...

Muy buena lectura muchas gracias, esa de al borde del abismo de David Friedrich es de mis favoritas
!