sábado, febrero 28, 2009

Alonso Cano.


Hoy, por ser el día de Andalucía, y aunque yo no sea muy dado a romper lanzas en favor de mi tierra, voy a dedicar el blog -y quizás un poco cansado de tantas elecciones vascas y gallegas en estos días, que parece que son el centro del mundo, oiga- a un pintor andaluz. La verdad es que tenía donde elegir. Ni más ni menos que dos grandes genios, considerados por muchos como los mejores pintores de la historia, Picasso y Velázquez, eran andaluces. Pero como están muy vistos y ya han pasado por aquí esta vez me he decantado por el pintor granadino Alonso Cano (1661-1667), estricto contemporáneo de Velázquez (1599-1660), y condiscípulo del sevillano pues Pacheco fue también su maestro. Y para no irme muy lejos primero he escogido un cuadro que luce en la Catedral de Málaga y que a fuerza de estropearte la vista se puede admirar entre la poca luz del templo. Sánchez-Mesa dice de esta obra: "Parece, según referencias documentales, que Cano pasó una temporada -entre 1665 y 1666- en la ciudad de Málaga, debiéndose a estas fechas posiblemente una de sus últimas obras como pintor: la Virgen del Rosario de la Catedral de la citada ciudad". Cano fue también escultor y arquitecto y destacó por su obra de imaginería, y quizás su obra maestra fuera la pequeña Innmaculada (55 cm) en madera policromada de la Catedral de Granada. Continúa Sánchez-Mesa: "encargada por el obispo dominico Alonso de Santo Tomás, al que pudo retratar el pintor encarnando a su santo patrón San Ildefonso en el extremo izquierdo del cuadro, según Wethey. El lienzo -de 3,50 x 2,13 m- significa una de las composiciones más hermosas de Alonso Cano, donde concluye con gran acierto y belleza su interpretación barroca de la serenidad y el equilibrio clasicista, fórmula propia y distintiva de su arte. Con una equilibrada solución se relacionan las dos partes principales que componen el cuadro. Abajo, en medias figuras, San Francisco y Santo Domingo, hacia el centro y a los lados Santa Catalina de Siena y Santo Tomás de Aquino. Arriba, entre dinámicos y bellos angelillos, se ofrece majestuosa y bella la Virgen con el Niño, con exquisito dibujo y delicadas entonaciones cromáticas que demuestra el extraordinario colorista que fue Cano, siempre original y siempre relacionable con la escuela veneciana y la flamenca." El cuadro tiene una luz extraordinaria, recuperada gracias a la restauración efectuada en 1997. La composición también es magistral, ya que el corrillo formada por los santos favorece la idea de profundidad. El Niño y los angelitos aparecen proporcionados -cosa inhabitual-, y la idea de ingravidez del grupo celestial es sobrecogedor. Creo que es el tesoro más sobresaliente de la catedral y sólo por ver este cuadro merece la pena la visita. El otro cuadro escogido se encuentra en el Prado. Es El milagro del pozo, pintado entre 1646 y 1648 y con dimensiones de 216x 149 cm. Cuentan Prater y Bauer: "la leyenda narra que el hijo de San Isidro se había caído a un pozo. Gracias a las oraciones del santo y de su mujer el nivel del agua subió milagrosamente, elevando al niño, que salió ileso a la superficie. Vemos a San Isidro sereno, con los brazos extendidos delante del pozo. La joven saca al niño y mira asombrada a su marido, mientras dos siervas comentan la escena con gestos bien elocuentes. El milagro es bien explicado por dos niños y un perro, que se sienten atraídos por el agua que sale desbordada del pozo." Bueno, estos jueguecitos con niños no son muy de mi agrado pero la factura de la obra es tan increíble que merecía la pena comentarlo -además la historia acaba bien-. Siguen P. y B.: "En este cuadro Cano combina dos temas, el milagro en sí y el reconocimiento de la Santidad de Isidro por parte de las mujeres. Para el autor, esto significa representarlo como protagonista de un cuadro de historia y, al mismo tiempo, como retrato para el culto. Encontró la solución en esa participación distanciada del santo en los acontecimientos, que se ha malinterpretado como punto débil del cuadro." Un poco en la medida del Van Eyck de La Virgen y el canciller Rolin, quien se las ingenió para hacer un retrato que además sirviera para la práctica de la oración del retratado. En este cuadro se aprecian unos tonos terrosos y oscuros que huyen del colorido llamativo a excepción de la vestimenta desastrada del niño arrodillado en primer plano y del vestido de la mujer del santo. Yo lo veo como un cuadro algo velazqueño, sin embargo la composición no funciona del todo. Hay algo en el escorzo del brazo derecho del santo que no encaja, así como las posiciones de su brazo izquierdo y su pie izquierdo. También da un poco de dentera el halo sobre la cabeza del santo. Sí me parece magistral el fondo con el paisaje apenas adivinado. Es un cuadro al cual el tiempo puede haberle conferido un aspecto casi caravaggiesco.

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