Los inmortales del ejército de Darío se encontraban en el palacio real de la ciudad de Susa. Aunque durante los reinados de Ciro -primer rey persa- y su hijo Cambises la capital del reino estuvo en Pasagarda, Darío (522-486 a.C.) la trasladaría a Persépolis y durante el invierno a Susa -ya que en Persépolis hacía un frío que pela. Allí se erigió un palacio del que han quedado pocos restos y entre éstos se encontraron unos frisos muy deteriorados que han podido ser restaurados en alguna parte. Uno de estos frisos y quizás el más famoso de todo el arte persa es el que conforman los Arqueros reales de Darío, también llamados "los inmortales". Este apelativo lo recibían porque sus bajas en combate eran rápidamente cubiertas por otros soldados de igual valía y dispuestos en todo momento a realizar sus funciones, también alude al hecho de que su disciplina era tan férrea que no dudaban de dar su vida para salvar la del rey. Formaban la guardia personal del rey que contaba con 10.000 soldados. Estos frisos los encontró Dieulafoy en 1884 y actualmente se encuentran en el museo del Louvre. Existen precedentes de este tipo de lanceros en los relieves asirios que se encuentran en el Museo Británico de Londres. Los griegos clásicos los llamaban doríforos o lanceros persas. Portan estas figuras -hasta un total de nueve han podido recuperarse- un carcaj recubierto de piel de pantera, arco y lanza o pica con una punta plateada en el extremo. Están dispuestos en fila y por la postura de los pies se piensa que están representados mientras caminan hacia tierras del Asia occidental para impartir el pensamiento, acto y palabra del "reino de la integridad". Debieron estar ubicados en un pórtico donde servían de recepción presentando sus armas al mismo rey. Lo colores de los ladrillos esmaltados son espectaculares con tonalidades azules, verdosas y algunas veladuras terrosas, sobre los que resaltan estas figuras suntuosamente ataviadas con gran propensión de detalles en las vestimentas; como dice Pijuán en la Summa Artis: "El vestido es uniforme: la larga túnica de anchas mangas que en los arqueros de Susa está ricamente decorada. Además de la cenefa de rosetas que recorre todo el borde la túnica tiene unos recuadros tejidos donde hay figurado un castillo con tres torres almenadas". Estos inmortales miden 1,47 m de alto y a pesar de su pequeño tamaño -bueno, pequeño tamaño en los frisos- eran muy temidos por los ejércitos enemigos. En el mismo palacio se encontraron otros frisos como Leones androcéfalos alados (también hoy en el Louvre), que vuelven sus cabezas para vigilar cada uno una entrada a palacio y que están realizados con la misma técnica aqueménida de esmalte sobre ladrillo cocido que los arqueros -ya que los persas consiguieron un gran perfeccionismo en la técnica del esmalte aprendida de los kasitas y desarrollada durante el imperio babilónico-; y también friso de los grifos (en el Louvre) inspirado en las decoraciones de la puerta de Ishtar en Babilonia (bueno, esta puerta original se encuentra actualmente en Berlín, en el Museo de Pérgamo) y que representa un animal mitológico con cuerpo de león, patas de águila y cuernos de cabra. A pesar de la mala fama que los griegos pretendieron dar a los persas (crónicas de Herodoto, por ejemplo) hay que reconocer que el arte persa se caracterizó por una gran técnica y una intención a veces desmilitarizada que descubría a un pueblo bastante menos fiero y más sensible artísticamente hablando de lo que las crónicas de la época dejan ver.
lunes, enero 14, 2008
Arte mesopotámico. Los inmortales.
Los inmortales del ejército de Darío se encontraban en el palacio real de la ciudad de Susa. Aunque durante los reinados de Ciro -primer rey persa- y su hijo Cambises la capital del reino estuvo en Pasagarda, Darío (522-486 a.C.) la trasladaría a Persépolis y durante el invierno a Susa -ya que en Persépolis hacía un frío que pela. Allí se erigió un palacio del que han quedado pocos restos y entre éstos se encontraron unos frisos muy deteriorados que han podido ser restaurados en alguna parte. Uno de estos frisos y quizás el más famoso de todo el arte persa es el que conforman los Arqueros reales de Darío, también llamados "los inmortales". Este apelativo lo recibían porque sus bajas en combate eran rápidamente cubiertas por otros soldados de igual valía y dispuestos en todo momento a realizar sus funciones, también alude al hecho de que su disciplina era tan férrea que no dudaban de dar su vida para salvar la del rey. Formaban la guardia personal del rey que contaba con 10.000 soldados. Estos frisos los encontró Dieulafoy en 1884 y actualmente se encuentran en el museo del Louvre. Existen precedentes de este tipo de lanceros en los relieves asirios que se encuentran en el Museo Británico de Londres. Los griegos clásicos los llamaban doríforos o lanceros persas. Portan estas figuras -hasta un total de nueve han podido recuperarse- un carcaj recubierto de piel de pantera, arco y lanza o pica con una punta plateada en el extremo. Están dispuestos en fila y por la postura de los pies se piensa que están representados mientras caminan hacia tierras del Asia occidental para impartir el pensamiento, acto y palabra del "reino de la integridad". Debieron estar ubicados en un pórtico donde servían de recepción presentando sus armas al mismo rey. Lo colores de los ladrillos esmaltados son espectaculares con tonalidades azules, verdosas y algunas veladuras terrosas, sobre los que resaltan estas figuras suntuosamente ataviadas con gran propensión de detalles en las vestimentas; como dice Pijuán en la Summa Artis: "El vestido es uniforme: la larga túnica de anchas mangas que en los arqueros de Susa está ricamente decorada. Además de la cenefa de rosetas que recorre todo el borde la túnica tiene unos recuadros tejidos donde hay figurado un castillo con tres torres almenadas". Estos inmortales miden 1,47 m de alto y a pesar de su pequeño tamaño -bueno, pequeño tamaño en los frisos- eran muy temidos por los ejércitos enemigos. En el mismo palacio se encontraron otros frisos como Leones androcéfalos alados (también hoy en el Louvre), que vuelven sus cabezas para vigilar cada uno una entrada a palacio y que están realizados con la misma técnica aqueménida de esmalte sobre ladrillo cocido que los arqueros -ya que los persas consiguieron un gran perfeccionismo en la técnica del esmalte aprendida de los kasitas y desarrollada durante el imperio babilónico-; y también friso de los grifos (en el Louvre) inspirado en las decoraciones de la puerta de Ishtar en Babilonia (bueno, esta puerta original se encuentra actualmente en Berlín, en el Museo de Pérgamo) y que representa un animal mitológico con cuerpo de león, patas de águila y cuernos de cabra. A pesar de la mala fama que los griegos pretendieron dar a los persas (crónicas de Herodoto, por ejemplo) hay que reconocer que el arte persa se caracterizó por una gran técnica y una intención a veces desmilitarizada que descubría a un pueblo bastante menos fiero y más sensible artísticamente hablando de lo que las crónicas de la época dejan ver.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario