Cuando uno se adentra en el universo pictórico de Antonio Saura resulta que no paran de surgir motivos (incoherentes), ideas (normalmente absurdas), y de aparecer relaciones increíbles (imaginadas en algunos casos) entre las distintas fases de su obra, conformando un mundo de dimensiones espeluznantes (y contradictorias), en el que retozamos ingenuamente, pensando en el fondo que entendemos algo de nuestra presencia frente al lienzo. Alrededor de 1960 Saura muestra una dualidad festivo-horrorífica que lejos de silenciarnos lo que hace es enervar nuestro pensamiento y airear nuestras conciencias inestables e indecorosas (por cierto, ¿para qué?). En 1960 Saura llega a Nueva York, ciudad donde su galerista, Pierre Matisse, le presenta en el círculo de pintores expresionistas abstractos conociendo a Motherwell y Rothko con quienes compartiría numerosas horas de taller y de tertulia (menuda fiesta tuvieron que montar esos tres). Pero no todo fueron reflexiones sobre el arte y la humanidad, también acudió a fiestas y a reuniones lúdicas, a partir de estos eventos nació su serie más colorista, la denominada Cocktail-party. En estas pinturas Saura utiliza colores inusuales en su obra, según Begoña García: "es la explosión de colorido y el consecuente abandono de la paleta reducida a los negros, blancos y ocres que el artista había empleado hasta entonces y que seguiría utilizando en futuras series". De alguna manera Saura detalla grotescamente la alienación de la multitud, abocada a una concentración nérvica e idiotizada (¿tomando copas?). El propio Saura definió esta serie como: "ilustración de esta degeneración occidental de la fiesta orgiástica primitiva que permite al individuo participar en la vida colectiva de la tribu". Yo, cuando veo estos cuadros con esas figuras tan graciosas desplazándose en el lugar rituálico, buscando su propia comodidad, escenificando su propia decadencia, me acuerdo de un Woody Allen en una fiesta en algún apartamento perdido en Manhattan repleta de mujeres adorables, una mujeres inalcanzables que sólo hacen ridiculizar el intento frustrado y caótico de Allen por acercarse al medio mundo que se lo pasa bien, ese medio mundo al que él nunca ha pertenecido ni pertenecerá (¿cómo se ha colado aquí Woody Allen? promoción para su nueva peli). Pero también sobre esa época Saura emprenderá la que será sin duda su serie de cuadros más impactante, se trata de las crucifixiones cuya primera referencia data de 1957. Fue una serie que nació inspirada en principio por el Cristo de Velázquez "Desde niño me ha obsesionado el Cristo de Velázquez del Museo del Prado de Madrid, con su rostro oculto entre cabelleras negras de bailaora flamenca, con sus pies de torero, con su estatismo de marioneta de carne convertida en Adonis". Los cristos de Saura están realizados en riguroso blanco y negro, contrastando episódica y colorísticamente con los Cocktail-party. Sin embargo estas crucifixiones están desprovistas de todo aspecto religioso. No sé bien cómo, pero lo están, según Saura versan sobre: "la tragedia de un hombre -de un hombre y no de un dios- clavado absurdamente en una cruz". Aún así -no coló lo de la crucifixión profana- estos cuadros fueron criticados por violentos y por blasfemos. Saura reflexionaba acerca de este aspecto dual violencia-paz de las crucifixiones de Grunewald y Velázquez: "De entre la larga serie de lúgubres y sanguinolentos Cristos en la cruz, al más apacible sería el de Velázquez. El Cristo de Velázquez es cruel más por lo que oculta que por lo que afirma, sucediendo lo contrario con la terrible crucifixión de Grunewald en el retablo de Isenheim. El negro absoluto del fondo de Velázquez propicia la serena aparición del cuerpo torturado; la crispación de Grunewald figura, al contrario el grito y la agonía de un universo estremecido por un instante. En Grunewald la carnaza sustituye a la imagen del redentor, crispándose en un universo de hiel y tinieblas". En ese caso ¿son más torturadoras las imágenes en las crucifixiones de Saura que en la de Grunewald? ¿Y no es más aterradora la falsa calma del Cristo de Velázquez que pretende ocultar el sufrimiento infinito de forma casi ridícula? Guy Scarpatti escribió sobre la Crucifixión 3.85 de 1985 "He aquí que el cuerpo parece ramificarse. Los brazos brotan directamente del torso, multiplicándose, el rostro invade el tronco, las carnes se abren, desplomándose, los dedos-pene (!) esconden y propulsan la sangre a borbotones". Bueno, este tipo era un exagerado, además de un gorístico despreciable. Por el contrario, García vuelve a referirse a la serie dinámica y vistosa Cocktail-party "la fiesta se remite a un tiempo ancestral, vinculado al rito primigenio, a los rituales de socialización; es un momento feliz, de encuentros y libertad y disfrute, que se viste de intensos colroes", vale, lo que es una fiesta, vaya. Entonces ¿dónde está la contradicción empírica y absoluta entre las crucifixiones y las cocktail party? Una de las dos series es falsa, una es una parodia, una metáfora, una destrucción de la contraria. ¿Cuál de ellas? Elijan ustedes.
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