viernes, octubre 06, 2006

Van Gogh y su oreja (3): el profesor livingstone (2).



La verdad es que ya no sé lo que dijo realmente Amstrong al pisar la luna, no sé si dijo un pequeño paso para el hombre o un pequeño paso para un hombre. al fin las nuevas tecnologías han limpiado la grabación de la famosa frase y parece que Amstrong no se equivocó según la Nasa, en realidad dijo un pequeño paso para un hombre, pero dijo "a" man, un hombre, muy rápido y no se le entendió, de forma que se escuchaba sólo "man", el hombre, así que todos contentos, Amstrong no se equivocó y lo dijo bien, qué alivio.

Prosiguiendo con mi encuentro en Londres con el profesor Livingstone tengo que decir antes que nada que las presiones a las que se ha visto sometido el profesor después de la publicación de mi última entrada han sido tan grandes que estoy pensando muy seriamente en abandonar la investigación. los datos que me proporcionó Livingstone en el Victoria Gardens fueron tan clarividentes que cualquier otra circunstancia -moral o científica- quedaba reducida a un trozo de papel arrugado y sin sentido.
- Yo conocí a Gerard Krauss en 1941, le ayudé a conformar su teoría acerca de la falsedad de la epilepsia como diagnóstico, él me confió que el arte de van Gogh tenía incluso las cualidades de lo saludable, de modo especial como consecuencia de su sinceridad, espontaneidad y ardua colaboración -el profesor Livingstone dijo todo esto con los ojos cerrados, sin duda rebuscando entre sus recuerdos, hilando una conexión eléctrica con otra, depurando las contaminaciones que los años le habían comunicado a su perfecto orden de materia gris.
- Sin embargo los estados crepusculares de Kleist que fueron desmentidos por Rise parecían evidenciar una sintomatología claramente epiléptica, él hablaba del carácter accesional de los episodios patológicos típicos de la epilepsia, aunque no sé muy bien qué diablos significa -le confesé no sin rubor y aprecié con terror cómo al oir la palabra "diablos" el profesor abría los ojos de par en par y emitía un sonido cavernoso, como si la dilatación de su alma estuviera destrozándolo por dentro-. joder, ¡qué dice éste! -no pude reprimir mi estado de asombro, pero él sólo sonrió y se puso la mano en el pecho, como si quisiera evitar que algo o alguien le abandonara.
- Conocí a ese viejo bribón de Walter, Walter Rise, un impostor, conozco de memoria su discurso, su absurdo discurso, " de los objetos reales extrae su símbolo, o mejor aún, su concepto. Aparte de los colores, las líneas son siempre las líneas, rectas, curvas, puntos, círculos, óvalos, etc., por ello un ciprés puede ser igualmente una llama, un paisaje montañoso semejante a las olas de mar... Eso no es una forma de expresión esquizofrénica" -reconocí en aquel párrafo lo que yo había leído a Vallejo Nájera y descubrí que aquel hombre, Livingstone, era algo más que una incombustible herramienta de la historia, su divergencia realidad-expiración parecía ir mucho más allá de una simple bocanada de humo negro entre las lápidas de lo incierto.
- Entonces Rise no creía ni en la epilepsia ni en la esquizofrenia como diagnóstico, ¿cuál era la idea de rise realmente? -aquello se estaba poniendo interesante, no obstante puse mi mano disimuladamente sobre mi crucifijo de metal que guardaba en el forro del abrigo.
- Ah, Walter, el listo de Walter lo desmentía todo, la esquizofrenia, la epilepsia, la esquizofrenia combinada con la epilepsia, y cualquier estado degenerativo, todo era desmentido, nadie sabía qué es lo que pensaba Rise..., ¿conoce usted a Minkowska? -y quebró la voz, como si de una atmósfera bien conocida que sólo anidara en su interior se hubiera soltado una enorme divagación de extraños conceptos, algo sumamente inverosímil que él hubiera interpretado como la animosidad del mal, la bifurcación de lo onírico, o bien, la condescendencia de lo existencial, y por eso quizás se me ocurrió la idea de que Rise y Livingstone bien podrían ser la misma persona, un tiempo atrás.
- No conozco muy bien el diagnóstico exacto que hiciera en 1928 Minkowska, pero ella se inclinaba también por la epilepsia, dijo que la vida, obra y psicosis formaban en van Gogh una unidad indivisible, lo cual es lógico, nadie puede abstraerse de una enfermedad tan determinante -con mis notas escondidas bajo el abrigo intentaba estimular al inconsciente de Livingstone, yo sospechaba que aquel hombre -o lo que realmente fuese- sabía más de lo que la historia con mayúsculas pudiera contarnos.
- Minkowska..., mi querida Francoise, nunca fue una eminencia, se regía más por impulsos que por estudios clínicos consistentes, pero siempre la amaré... -sin saberlo había tocado el punto débil de aquel profesor, aferrado a una idea conciliadora: la oreja de van Gogh, algo por lo que había luchado toda su vida, pero de repente recuperó la fuerza en la voz y se incorporó como un resorte mecánico-. Ya lo dijo el maldito Hendenberg en 1937, es decir, 7 años después de que me robara a mi francoise, el muy..., la pintura de van gogh no poseía la inmovilidad ni la pobreza características de la pintura de un esquizofrénico -pero ya no era el mismo Livingstone de antes, era como si una flecha envenenada le hubiese atravesado el corazón, tal era el amargor que su voz transmitía, realmente tuvo que haber amado mucho a aquella mujer, y en ese instante me tuve que solidarizar con él, pensé en mi amada Kate Beckinsale y experimenté la desazón del que es conocedor de una misión imposible, una misión de la que nunca volvería.
- Pues Jaspers pensaba que a partir de 1889 el empobrecimiento en los dibujos es evidente, él aprecia una inseguridad y una concatenación de efectos monótonos e inadecuados que conducen a una energía sin contenido y a una expresión de terror sin expresión acertada, es decir, para él van Gogh era un esquizofrénico -mis notas caían al suelo delatando mi comportamiento desleal para con el profesor, pero éste no parecía darse cuenta, o quizás no le importara demasiado que yo recurriera a aquellas notas esbozadas torpemente en el tren eurostar pues únicamente alzó el dedo índice de la mano izquierda y me señaló metafóricamente.
- Señor Kovalski, ¡Prinzhorn no fue el único que pensó que en la esquizofrenia residía la infusión de la potencia productiva de van Gogh! -su absoluta certeza desmitificaba de alguna forma su conexión con el mal y le redimía de sus propias exigencias no terrenales.
- Algo me dice que usted estuvo en contacto a principios de los años 60 con Escoffier, ¿no es así? -me limité a acorrararlo, el tiempo se acababa y yo tenía una cita en Picadilly Circus con el destino.
- Su intuición no le falla en esta ocasión, señor Kovalski, yo colaboré con Escoffier bajo el seudónimo de lambriotte, en realidad todas sus teoría son mías, el muy ...., me traicionó hasta el último día, ya sabe, todas las crisis psicomotoras, luego las alucinaciones, la súbita agresividad con pérdida de control consciente, las fantasías nocturnas con movimientos incontrolados que recuerdan al sonambulismo epiléptico, todo eso es epilepsia, una epilepsia que procedería de los problemas que hubo en el parto, un hecho evidente que se puede observar en la asimetría craneal de sus autorretratos -y diciendo esto desapareció.
un absurda incontinencia neuronal me hizo construir una extenuante hipótesis acerca de la verdadera identidad de Livingstone, el retrato del doctor Gachet del Museo Orsay de París se me reveló como la respuesta perfecta para tan inoportuna interrogante.
Rehuí cualquier emotiva despedida mientras la niebla buscaba su hueco entre los Burgueses de Calais, el támesis bajaba silencioso, el Big Ben era tan sólo un espectador más, el frío atravesó mi piel y colocándome los cascos me fuí en dirección a Hyde Park mientras escuchaba la deliciosa voz de Jewel.

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