viernes, junio 14, 2013

Museo de Bella Artes de Orleans.

Estructurado en dos plantas, dos entresuelos y un sótano, y con una colección que va desde el Renacimiento hasta el Arte Moderno, le Musée des Beaux Arts se encuentra en pleno centro de la ciudad, justo al lado de la catedral, en el 1 de la rue Fernand Rabier. La entrada cuesta tan sólo 4 euros y con ella también se puede acceder al modesto pero interesante Museo histórico y arqueológico. Comenzamos el recorrido en la segunda planta. La Virgen, el Niño, San José y Santa Catarina de Siena de Girolamo del Pacchia, obra del año 1520, presenta un esfumato leonardesco, un dibujo de una delicadeza prodigiosa y unas texturas del manto verde realmente espectaculares –el rasgado, la confluencia de tonos, si uno enfoca una sola parte del cuadro e ignora el resto del dibujo, la placa del autor, la sala en la que se encuentra, bien podría pensar que esa superficie desgastada ha sido creada por un autor moderno. De Veronese vemos un Cristo bendiciendo entre la Virgen y San Marcos. Se puede leer en la tabla informativa: “zonas más claras que corresponden a los reflejos de las partes que resaltan y zonas más oscuras en los huecos del drapeado recorren los tejidos particularmente la túnica roja de Cristo y el brillante paño verde del segundo plano”. Un Retrato de hombre viejo con barba de Tintoretto nos hace pensar en la novela Maestros Antiguos de Thomas Bernhard y el Tintoretto ante el cual se sentaba cada día el protagonista en una sala del Historisches de Viena. Del San Jerónimo en su oratorio de Claeszoon van Reymerswaele (1490-1546) nos intriga esa calavera inclinada, en posición escorada propia de algunas figuras de Mantegna, por cierto, ¿y el león? De Otto van Veen hay una sobrecogedora Madeleine en pleurs y una Victoria de Escipión sobre Aníbal en la batalla de Zama, donde las figuras quedan perfiladas por un hilo dorado, reflejo del resplandor de la batalla. En La adoración de los magos de Bartholome Bruyn (1493-1555) no vemos ningún rey negro, tampoco aparece San José. Extraordinario artificio de síntesis es el que realiza Giovanni Andrea Donducci en su Fiesta campestre en el crepúsculo de 1610-11, donde los rostros tan sólo son esbozados y las figuras del fondo, en la orilla, están ejecutadas a trazos -¿un esbozo o un asomo de genialidad visionaria? Impresionante es la Cabeza de hombre viejo de 1615 de Anton Van Dyck. En un estilo que antecede al de Rembrandt o Hals, este van Dyck presenta una pincelada desbordante, muy moderna, prevelazqueña. Aquí me pregunto si el sentido de todo arte es el de relacionarlo con épocas pasadas y venideras, formando un cúmulo de imbricadas conexiones entre unas obras y otras, entre unos autores y otros, prediciendo, reformando, citando, etc...
Diógenes. Van Moll. Detalle.
El cuadro de Diógenes del antuerpiense Pieter van Moll (1599-1650) nos seduce por el uso de la luz que emana de la lámpara, la inusual postura de la joven, de espaldas, con el niño, la enigmática mirada fija del caballero de la izquierda y otros personajes como el esclavo negro y la monja vieja, así como la joven de piel lechosa que alza la mano y mira al filósofo, quien parece amonestar a alguien, de forma psicótica. Nos sorprende encontrar un Velázquez de su etapa sevillana, el Apóstol Santo Tomás, de 1620 (uno de los dos Velázquez que hay en Francia, junto al Demócrito de 1628-29 del Museo de Bellas Artes de Rouen). Me fijo en un detalle minúsculo, una pequeña pincelada rosa en la uña del dedo meñique de la mano derecha. El vencimiento de las dos tapas del libro es igualmente prodigioso. Sobre este cuadro dice la tabla de información: “Sus primeras obras –conquistado por la ola caravaggista- muestran volúmenes que están fuertemente acentuados por la luz, todos monocromos, pinceladas espesas.
Santo Tomás. Velázquez. Detalle
Santo Tomás, pintado en 1619-20, sin duda formó inicialmente parte de un apostolado, serie de cuadros que representan a los doce apóstoles. Esta figura monumental, de perfil, ocupa el espacio entero del lienzo que está atravesado por el oblicuo de la lanza de su suplicio. La fuerza de la luz destaca sobre el fondo moreno y acentúa de manera extrema los pliegues pesados del abrigo. Su cara arrugada, su boca abierta, sus manos apretadas proporcionan una personalidad y una vida intensa a ese personaje que, sin embargo, consigue ser a la vez un hombre de pueblo, un apóstol que duda de la resurrección de Cristo y un futuro mártir de la fe”. A la vuelta consulto a López Rey y averiguo algunas cosas. De esa época son San Pablo, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, San Juan en Patmos, en la National Gallery, y otro posible San Pablo de la colección particular del Marqués de Casatorres en Madrid. Este Velázquez está en Orleans al menos desde 1843 cuando aparece catalogado como Murillo. La pintura fue sometida a una limpieza en los talleres de este museo en 1993 con motivo de una exposición en Venecia. Dice López Rey acerca del caravaggismo de Velázquez: "Al contrario de Caravaggio, Velázquez utiliza una luz difusa, matizada de verde, que rodea a las personas y a los objetos con una especie de contorno difuminado que hace resaltar, al mismo tiempo, sus diferentes texturas." En la sala dedicada a obra gráfica –una luz tenue se enciende al entrar el visitante- se pueden ver diversos desnudos de Beatrice Beudrimont, deudores de Matisse y Picasso -en una exposición que estará en el museo hasta el 1 de septiembre de 2013: "De un solo trazo, preciso, ágil, elegante, nace el desnudo de la mujer y sus numerosas variantes", reza la web del museo. Hay tres bocetos que me recuerdan a Giambattista Tiepolo, dos de Felice Giani, La providencia divina con la justicia, la abundancia y dos genios, y Phebus confiando el carro del sol a Phaeton, y uno de Sebastiano Picci (1654-1738), Aurora y Céphole, de 1706.
Baco y Ariadna en Naxos. Le Nain.
Ya en la primera planta nos encontramos con la pintura francesa de los siglos XVII y XVIII, Mossnier, Prevost, Freuminet, Deruet, Desportes, Cazes, de la Fosse, Halle, de Troy, Bertin, Natoire, de Favanne, un desconcertante y luminoso Baco descubre a Ariadna en Naxos, de 1635, de uno de los hermanos Le Nain, donde el lirismo de las dos figuras protagonistas contrasta con la rudeza de los forzudos remeros del segundo plano, que parecen estar en otra dimensión, y un asombroso Georges de la Tour, San Sebastián curado por Irene, de 1630-39 (una escena que ya hubiera pintado Pacheco, el maestro de Velázquez, en 1616, destruido en un incendio en 1936). Hay una sala donde se exponen pasteles de Peronneau, Chardin y Quentin de la Tour. También están esparcidos por la sala, dispuestos de forma que el visitante pueda tropezar con ellos en un descuido, los ineludibles bustos de Moliére, Rousseau y Fontaine, obras de Houdon. Un delicado retrato de Henri Francois Riesener que representa a Anne Louise Felicita Riesner y a su hermana Adelaide Anne Longroy (¿quién es quién?, me pregunto), el Judas de Duraneau y algún Restout, Subleyras y Bardin completan esta parte de la colección temporal.
En el primer entresuelo está la escuela francesa del XIX y se refieren los obligados viajes a Italia que debían hacer los artistas para su formación. Vemos una impactante Cabeza de mujer vieja de Delacroix, y de Cogniet una Cabeza de mujer y niño, ambos de 1824. De este último también La expedición de Egipto a las órdenes de Bonaparte de 1829-35.
En los brazos... Fleury.
En el entresuelo inferior están la épica escena del artista de York, William Etty, Jeanne d´Arc sale desde las puertas de Orléans y expulsa a los enemigos de Francia, y la etérea imagen de Margarita y Marta en la iglesia, de Louis Maurice Boutet de Monvel, presentada en el Salón de 1874. De Jean Pierre Alexandre Antigna hay varias obras como Después del baño, del Salón de 1849, El incendio y Las aragonesas de Anso.
En el subsuelo hay una modesta colección de arte moderno en la que resaltan un retrato de Tal Coat, En los brazos de una madre, de Lucien Fleury, La gitana de Moise Kisling, de 1940, Ann Sheridan de la serie Cinemonde de Rancillac y un Peter Klasen, Gegen, de 1981.
Teniendo en cuenta que está en una ciudad de poco más de 100.000 habitantes, el Museo de Bellas Artes de Orleans es un magnífico museo con algunas obras de gran valor y de visita inexcusable para todo viajero del valle del Loira.
Plan guía del museo.



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