viernes, junio 26, 2009

Castello Sforzesco.




Historias de Milano II:
En el Castello Sforzesco.

Mi primera visita turística en Milán fue al Castello Sforzesco, en el centro de la ciudad, a unos minutos a pie del Duomo. Me bajé en la estación de Metro Lanza, y bajo un cielo nubloso divisé enseguida uno de los torreones del inmenso castillo. Esta construcción es el emblema de la ciudad y sus inicios se remontan a la época del duque Visconti, a finales del siglo XIV. Luego sería ampliado en tiempos de la república Ambrossiana (1450), y reedificado nuevamente por el nuevo señor de la ciudad Francesco Sforza, para sufrir finalmente restauraciones a comienzos del siglo XX y después de la segunda guerra mundial. Dentro del castillo hay varios museos entre los que destacan la Pinacoteca, el museo de Arte antiguo y también el museo egipcio, aunque también hay museos de instrumentos musicales, de artes decorativas, de mobiliario, y de escultura, así como bilbiotecas arqueológica y numismática y la trivulziana y archivo histórico. ¡Y todo por 4 euros que vale una entrada! Cuando todavía uno está entusiasmado de recorrer las distintas puertas de entrada del castillo y decide visitar los distintos museos se lleva una sorpresa tras otra. En el Museo d´Arte Antica hay una colección de unas 2000 piezas de escultura tardo-antigua,medieval y renacentista lombarda. Destacan el monumento fúnebre de Gaston de Foix, encargado al artista Bambaja por el gobernador de Milán Odet de Foix, y que representa al nieto de Luis XII -y sobrino del encargante- que murió heroicamente en Rávena en 1512 y que fue enterrado en la iglesia Santa Marta de Milán. El proyecto lo habría financiado el rey de Francia Francisco I. Bambaja trabajó en el monumento desde 1517 a 1522. Según prospecto del propio castillo "la técnica virtuosa, tan admirada por Vasari, puede ser apreciada en los finos detalles del almohadón, la vaina de la espada y los pliegues de la sábana". La otra gran obra de este museo está al final del mismo, justo después del Gaston de Foix, en una especie de entreplanta, es la Piedad Rondanini de Miguel Ángel, pero a ésta le dedicaremos un artículo especial. Luego entras en la Pinacoteca y aquí sufres un impacto cuando comienzas a ver los frescos de Vincenzo Foppa. El color delicado, aplicado en diferentes capas, el dibujo sublime, exacto en los contornos, y la certeza de que esa apariencia matérica no es sólo fruto del paso del tiempo -una impresión de modernidad no del todo exlicable impregna la pintura-, del Martirio de San Sebastián de Foppa dejan al turista en un estado de extraña ausencia, como si el tiempo se hubiera detenido y la concreción de su propia existencia quedara en suspenso. Es el momento de descubrir a unos cuantos pintores leonardescos, que, teniendo la mala suerte -o buena, según se mire- de haber aprendido con el maestro, han pasado a un inexplicable ostracismo del cual deberían ser rescatados cuanto antes. Me refiero a Cesare da Sesto (Políptico de San Roque), Andrea Solario, Marco d´Oggiono, y al más sobresaliente de todos, Bernardino Luini, un pintor con una extraordinaria técnica del sfumato que por momentos alcanza la genialidad de Leonardo, como en su Madonna con il bambino (foto). Hay otras grandes obras maestras en esta pinacoteca,como el Retrato del procurador Jacopo Poranzo de Tintoretto, un cuadro que en principio me pareciera un Rembrandt, tal es la maestría y la audacia del veneciano en representar la vejez, la resignación, con esa pincelada casi fortuita, descabalada, más propia de un Velázquez que de un artista del siglo XVI, repleta de sombras, de colores oscuros y de pequeños detalles luminiscentes, justos en su número y en su asignación espacial. También resulta admirable alguna obra de los hermanos Procaccini (Giulio Cesare y Andrea -quien falleciera en La Granja de San Ildefonso tras servir a Felipe V), donde la belleza femenina está resuelta con firmeza (foto), lejos de esa hemosura afectada y frágil de otras propuestas coetáneas. Un breve recorrido por los otros museos me acercó a una exposición sobre arte decorativo oriental. Luego no le queda más remedio al viajante que pasear por el Parco Sempione, con las murallas del castillo como presencia inextinguible, sentarse en algún banco, hojear los múltiples folletos que del castillo y sus distintos museos el turista ha recopilado, y pensar que el arte es infinito, que los artistas desconocidos son tantos o más que los conocidos, y que en la retina quedará durante unos días la imagen hermosísima de la Madonna de Trivulzio (Madonna in Glory and Saint John the Baptist, Saint Gregory the Great, Saint Benedict, and Saint Jerome) de Andrea Mantegna.

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