Empezamos el año en El Gran Kovalski con Peter Paul Rubens (Siegen, 1577, Amberes, 1640), uno de los grandes nombres del barroco. En su haber está el dudoso honor de haber promovido el arte por encargo hasta unos límites insospechados, de forma que estos encargos se le escapaban de su propia capacidad, teniendo que echar mano de sus alumnos de taller para terminar las pinturas -con Rubens pasa que cuando estás ante un cuadro suyo no sabes bien cuántas pinceladas ha dado el maestro realmente y cuántas sus subalternos, y esto me descoloca un poco, la verdad. No obstante era un genio y su paso por este blog viene documentado con sus dos pinturas más famosas sobre el tema de La Adoración de los Reyes Magos, una de 1609, actualmente en Madrid, y otra de 1625, en Amberes. El que se encuentra en El Prado fue ampliado en 1629 y tiene unas dimensiones de 346 x 488 cm. Un tamaño que hasta entonces era absolutamente inusual -la ruptura con el miniaturismo flamenco de Van Eyck, David, y compañía es total. Gombrich cuenta acerca del aprendizaje de Rubens en Italia: "Rubens admiró la manera en que Carracci y su escuela revivían temas y mitos clásicos y componían pinturas de altar de modo que fuesen edificantes para los fieles; pero también admiró la sinceridad inquebrantable con que Caravaggio estudió la naturaleza. Cuando Rubens regresó a Amberes, en 1608, tenía treinta y un años y había aprendido todo cuanto podía ser enseñado; adquirió tal facilidad en el manejo de los pinceles y el color, las figuras y los ropajes, así como en el ordenamiento de composiciones en gran escala, que no tuvo rivales al norte de los Alpes. Sus predecesores de Flandes habían pintado en su mayor parte cuadros de reducidas proporciones. Él trajo de Italia predilección por telas enormes para decorar iglesias y palacios, lo que satisfizo el gusto de príncipes y dignatarios; aprendió el arte de componer las figuras en amplia escala y a emplear la luz y los colores para incrementar el efecto del conjunto". Esta obra fue un encargo de
Nicholas Rockox. Se trataba de uno de los primeros encargos públicos que recibió Rubens y estaba destinado a la Statenkammer de Amberes. Miguel Morán comenta sobre este cuadro: "como era habitual ya en él, concurrían las evocaciones de la escultura clásica, aquí el Atlas Farnesio, con el colorido y la sensualidad de la pintura veneciana, la lección de las academias y la variedad de las fuentes luminosas -la luz de la luna, el brillo de las antorchas, el fulgor que irradia del propio Niño- dentro de una escena nocturna aprendidas"; y también resalta Morán "el agudo sentido de la realidad y de su representación, que, como flamenco, siempre poseyó Rubens". Yo añadiría: "Rubens no había visto un camello en su vida". También me parece adivinar el rostro de Rubens en el caballero del jubón púrpura a la derecha, ya sabéis, es el típico detalle que gusta mucho descubrir a los expertos. Es la época de los trípticos de la Erección de la cruz y del Descendimiento de la cruz (ambos en la catedral de Amberes), sus dos obras quizás más impresionantes -todavía me estoy lamentando por no haber tenido tiempo para verlos en mi visita relámpago a Amberes este verano. La segunda Adoración se encuentra en Amberes en el Museo Real de Bellas Artes (tiene un tamaño de 218x280 cm) aunque su ubicación inicial fue la de la Iglesia de San Miguel de Amberes y donde debería quedar enfrentado al retrato del comitente, el Abad Matthaeus Yrsselius (fechado en 1624 y ahora en Copenague), el cual estaría, según Morán, "colocado sobre uno de los pilares de la nave de la iglesia, anticipando una solución muy similar a la utilizada años después por Bernini en la capilla Cornaro". La composición resulta un poco más equilibrada que la de Madrid, sin embargo los camellos -extraterrestres- siguen dando miedo. Asímismo la escena de Amberes es más realista -el Niño no alumbra y no existen amorcillos pululando-. También es curioso cómo en ambas composiciones el Niño está en un lateral, esquivando su indudable protagonismo y dejándolo -extrañamente- al Mago más viejo, Melchor, con barba blanca, quien ocupa el centro geométrico de la versión de Madrid y quien en la versión de Amberes parece mirar al espectador. Termino el artículo deseando que estos Reyes Magos de Rubens les traigan muchos regalitos a mis sobrinos Elio, Julia y Laura.
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