viernes, junio 13, 2008

Bonnard en El mar, de Banville.

 
Hace un año aproximadamente dediqué un artículo a Bonnard y los nabis. Con motivo de la lectura de El mar, de John Banville -y adentrándome un poco en el terreno de El mundo de Kovalski-, Bonnard reaparece en esta publicación ilógica y un poco descabalada. En Historia del arte de Salvat -lamento no poder especificar el autor- aparece este interesante comentario sobre Bonnard y los nabis: "En cabeza figura Pierre Bonnard (Fontenay-aux-Roses, 1867-Le Cannet, 1947)"-naciendo en un sitio con ese nombre cualquiera pinta bien, por favor. "Tras sus inicios dentro de una especie de "modern style", Bonnard ha sido el pintor de escenas íntimas a la luz de la lámpara, de niños saliendo de la escuela, de desnudos femeninos perfilados en el vano de una puerta o tendidos en bañeras que, bajo su pincel, se convierten en estuches de lo maravilloso. Su obra, civilizada y agreste a un tiempo, es un prolongado elogio de la mujer en un espacio cotidiano que supo impregnar de magia. Con una paleta pizarrosa y dorada, Bonnard ha evocado París, sus plazas, sus bulevares con sus perros callejeros o de casa rica, sus cafés y sus transeúntes en las plazas de Montmartre." También dice cosas como "no podemos despreciar su dibujo trémulo, heredado de Corot, que convierte en pretenciosa cualquier afirmación del trazo"; y también: "La inseparable sensibilidad de Bonnard está hecha de resguardada ingenuidad". En la novela El mar del irlandés John Banville, el protagonista está trabajando en una biografía de Bonnard, en un momento del libro hace este recordatorio del origen de algunos de sus cuadros más famosos, los de la serie Desnudo en bañera: "Un día de 1893, en París, Pierre Bonnard se puso a espiar a una muchacha que se apeaba de un tranvía, atraída por su fragilidad y su pálida hermosura, y la siguió hasta su lugar de trabajo, unas pompas fúnebres, donde se pasaba el día cosiendo perlas a las coronas funerarias. De este modo, la muerte, al principio, colocó su crespón negro a la vida de ambos. Rápidamente trabó amistad con ella -supongo que, en la Belle Époque, estas cosas se conseguían con desenvoltura y aplomo- y poco después ella abandonó su trabajo, y todo lo demás, y se fue a vivir con él. Le dijo que se llamaba Marthe de Méligny, y que tenía dieciseis años. De hecho, aunque él no lo descubriría hasta más de treinta años después, cuando por fin se decidió a casarse con ella, su verdadero nombre era Maria Boursin, y cuando se conocieron no tenía dieciseis años, sino que al igual que Bonnard, era ya una veinteañera. Permanecieron juntos, en la riqueza y en la pobreza, o, mejor dicho, en la pobreza y en la miseria, hasta que ella murió, casi cincuenta años más tarde. Thadée Natanson, uno de los primeros mecenas de Bonnard, en una semblanza del pintor, recordaba con pinceladas rápidas e impresionistas a la élfica Marthe, y hablaba de su absurda cara de pájaro, sus movimientos de puntillas. Era una mujer reservada, celosa, brutalmente posesiva, que padecía de manía persecutoria, y era una apasionada hipocondríaca. En 1927 Bonnard compró una casa, Le Bosquet, en la vulgar población de Le Cannet, en la Cote d´Azur, donde vivió con Marthe unido a ella en un aislamiento intermitentemente tormentoso, hasta la muerte de ella quince años después. En Le Bosquet, Marthe adquirió el hábito de pasar largas horas en el baño donde Bonnard la pintó, una y otra vez, continuando la serie incluso después de la muerte de ella. Las Baignoires son la exitosa culminación de su obra. En Desnudo en la bañera, con perro, comenzado en 1941, un año después de la muerte de Marthe, y no completado hasta 1946, se la ve echada, en colores rosa, malva y oro, una diosa del mundo flotante, estilizada, intemporal, tan muerta como viva, y junto a ella, sobre las baldosas, su perrillo marrón, su pariente, un perro salchicha, creo, enroscado y vigilante sobre su alfombrilla o lo que pueda ser ese cuadrado de escamas de sol que llega desde una ventana invisible. El angosto cuarto de baño que es su refugio vibra a su alrededor, palpitando en sus colores. Los pies de Marthe, el izquierdo tensado al extremo de su pierna imposiblemente larga, parecen haber deformado la bañera, en ese lado, en el mismo campo de fuerza, el suelo tampoco queda alineado, y parece a punto de derramarse a la izquierda, como si fuera no un suelo, sino una piscina en movimiento de agua moteada. Aquí todo se mueve, se mueve en la quietud, en un silencio acuoso. Uno oye caer una gota, una onda en el agua, un suspiro que queda flotando. En el agua hay un trozo rojo óxido, junto al hombro derecho de Marthe, que podía ser óxido, o sangre, incluso. Tiene la mano derecha sobre el muslo, inmóvil en el acto de la supinación, y me acuerdo de las manos de Anna sobre la mesa aquel día en que volvimos de ver al señor Todd, sus manos inertes con las palmas hacia arriba como si implorara algo de alguien delante de ella que no está." Bueno, espero que os haya gustado este fragmento -por una vez el artículo está bien escrito.
El gran Kovalski se va de vacaciones a Bruselas, pero volverá con la maleta llena de museos y obras de arte que relatar en este blog.

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