"Acababa de salir de una enfermedad intestinal larga y dolorosa, y me encontraba en un estado de sensibilidad casi melancólico. Me parecía que el mundo entero, hasta el mármol de los edificios y los cimientos, estaba convaleciente. En medio de la plaza se levanta una estatua de Dante envuelto en una larga capa. El sol otoñal, caluroso y nada cariñoso, iluminaba la estatua y la fachada de la iglesia. Entonces tuve la extraña impresión de estar mirando las cosas por primera vez...", esta confesión no trata sobre la experiencia de van helsing cuando no encuentra aparcamiento sino que fue lo que De Chirico escribió en la piazza Santa Croce de Florencia cuando tenía 22 años. Esta sensación de inmovilidad, de ilusión inalcanzable, de soledad, de arquitectura antigua desubicada llenaría los cuadros de De Chirico a partir de entonces, y en realidad cuando admiramos sus cuadros sentimos cómo nos flojean las piernas, la vista se nos nubla y los sentidos nos terminan por abandonar hacia una pesadez somnolienta que nos vence irremediablemente. Los motivos que utilizó De Chirico sin embargo no procedían de los sueños sino que casi siempre remiten a la ciudad de Turín, lugares emblemáticos como la Torre Rosa o la Mole Antonelliana sirven de modelos constructivos para sus imaginaciones angulosas ora blanquecinas ora rojizas ora color tierra. Además, las figuras inertes, oníricas, predominan los paisajes y como dice Robert Hughes "Gracias a De Chirico los maniquíes se convirtieron en una de las grandes "presencias" del arte del siglo XX, a la vez espectrales y patéticos, enloquecidos pero con una muda dignidad arquimediana: "Estos fragmentos apuntalan mis ruinas". Giorgio De Chirico nació en Volos (Grecia) en 1888 y murió en Roma en 1978. Quizás suponga el escalón indispensable entre romanticismo y surrealismo, un paso intermedio que vino originado por la impresión que le causaron las obras del suizo Böcklin. Tomó la melancolía de los románticos alemanes como Caspar David Friedrich y la transformó en un mundo de sueños donde la figura humana sólo aparece en forma de sombras o maniquíes o esculturas antiguas, como si todo fuera una mera observación del mundo exterior, enlazando con las "locuras" coloristas de Redon y la simbología literaria de Moreau. Mientras al arte del siglo XX se debatía en nuevas formas de expresión pictóricas como el cubismo, el expresionismo o el futurismo en la misma Italia -adonde se había trasladado con 16 años tras la muerte de su padre- De Chirico recurría a la forma tradicional de representación, abordando el tema de la realidad desde un punto de vista asombroso. En la Historia del arte de Gombrich podemos leer que la ambición de De Chirico "consistía en captar el sentimiento de extrañeza que nos asalta cuando nos enfrentamos a lo inesperado y lo enigmático"; y alude al cuadro Canción de amor donde "juntó en un mismo lienzo una monumental cabeza clásica y un enorme guante de goma en una ciudad desierta", y yo añadiría: frente a una construcción pétrea indefinida y una pelota de goma verde gigante, menudo cocktail. Es decir, el enfrentamiento de la naturaleza de los cuerpos en los cuadros de De Chirico no se limita a la procedencia de los mismos (la cabeza clásica, el guante moderno) sino también atañe a la materia de éstos (el mármol, la piedra, indúctiles, frente a la goma del guante y la pelota, moldeables y retráctiles, como suelen ser las cosas en los sueños, susceptibles de deformación). En general los cuadros de De Chirico son sobre todo tremendamente inquietantes. Por ejemplo en Melancolía y misterio de una calle, la sombra de una estatua al fondo de la calle domina la escena -y según Hughes de una forma que no augura nada bueno- mientras que una niña -ensombrecida- juega con un aro y se dirige hacia allá, en un pasaje de arcadas austeras insertada entre un cielo verdoso -amenazante de lluvia ¿purificadora?- y un suelo arenoso, seco, resplandeciente en realidad -¿firmeza de lo asbtracto?- del piso, resumiendo: que la niña va de cabeza contra la escultura oculta amenazante y no podemos hacer nada por evitarlo. Su cuadro más famoso quizás sea Las musas inquietantes en el que dos maniquíes con apariencia de arzobispos reflexionan frente a una ciudad incandescente y perdida en la que parece no habitar nadie. Dice Hughes: "Cada una de las plazas es como un escenario, y esos planos lisos se convirtieron en el espacio normal de gran parte del arte surrealista: un lugar neutral donde las cosas más incompatibles se encontraban bajo una luz diáfana." Y en esas plazas es donde siempre hemos querido estar, sin que nadie nos moleste, abstraído en nuestros pensamientos absurdos, recreándonos en la contemplación de lo clásico, de lo puro, a salvo de la materialidad contemporánea, de la contaminación -las chimeneas no humean en los cuadros de De Chirico-, y libres -en definitiva- de escoger el momento perfecto para escapar de los límites del marco -y despertar. A partir de 1920 De Chirico comenzó a copiarse a sí mismo -intentando así restaurar un viaje hacia ninguna parte- y a falsificar la fecha de sus cuadros nuevos para que parecieran anteriores a 1920 de forma que sembró el desconcierto en el mundo del arte, y aquello se consideró una traición para el surrealismo que predominó en sus cuadros pintados sinceramente entre 1910 y 1917, y este artificio le llevó a se duramente criticado por el grupo de surrealistas franceses e incluso Breton llegó a acusarle de "sustituir la inspiración de los sueños por la respiración artificial de la pintura". Sin embargo -y paradójicamente- la pintura de De Chirico permaneció de actualidad gracias a la inserción en forma de collage que Max Ernst hiciera en sus cuadros. Y así construyó su propia -e inesperada- victoria sobre los surrealistas que lo repudiaron. Como apunte final diré que uno de los mejores libros que he leído en mi vida es El enigma de la llegada de V.S. Naipaul cuyo título está tomado del cuadro de De Chirico -que supone un ejemplo de extraordinaria reflexión literaria a partir de una imagen pictórica-, un cuadro con evidentes ecos de las llegadas a puerto de Claudio de Lorena y consiguientemente del Turner más mitológico y en el que una vela de un barco sobresale de la muralla de la ciudad, como si fuera el perro de Goya, hundiéndose, o alejándose, o simplemente desmaterializándose para desaparecer en el momento de la verdad, justo cuando las dos figuras silentes terminen de jugar su particular partida de ajedrez...
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