A veces en la historia de la pintura aparecen artistas que pretenden acabar con el arte, se inventan los argumentos más rebuscados para intentar desmitificar el arte. Casos como el de los
dadaístas o los propios artistas
naif ya comentado en este blog e incluso como el del suprematismo de
Malevich remiten a esta idea. Lo que ellos no sabían era que con esta actitud lo único que hacían era darle más importancia aún a los cánones existentes. Negando la formación académica y el pasado del arte no conseguían sino estar continuamente pendientes de éstos con el único fin de no incurrir en sus "errores". Y de esta forma, lejos de menospreciar el arte yo creo que estos artistas eran los auténticos deudores del gran arte tradicional, y casi siempre ha resultado que sus contribuciones a la historia de la pintura y del arte en general han sido más renombradas de lo que ellos seguramente hubiesen deseado. Uno de estos artistas fue el francés
Jean Dubuffet, y para su desgracia figurará en los tomos de cualquier historia del arte (excepto en la de
Gombrich, claro) como uno de los grandes autores del siglo XX.
Dubuffet nació en
Le Havre en 1901 y murió en
París en 1985 y es uno de los pintores más personales y divertidos del siglo XX. Su estilo se mueve entre el dadaísmo y el expresionismo aunque siempre buscó un camino propio en lo que él denominó
el arte bruto, un arte basado en experiencias de enfermos mentales y niños y totalmente opuesto a cualquier convención artística, en realidad fue instigador del anti-arte. "Más vale arte bruto que las artes culturales", llegó a decir. El asunto de la incorporación de motivos infantiles y de representaciones aparentemente infantiles siempre me ha resultado un poco sospechoso, sospechoso en el sentido de que normalmente suele haber algo más detrás de ese frágil e inocente infantilismo. Un adulto dibujando como si fuera un niño esconde una serie de amenazas y burlas que el espectador a veces no percibe. En el momento en que el artista nos hace pensar que eso lo podía haber pintado un niño estamos sucumbiendo ante su gran objetivo, la desacralización del arte, y en ese caso seremos más víctimas que verdugos de su obra, y también estaremos contribuyendo a construir un ridículo autorretrato desdeñando una obra por el simple hecho de que sus formas sean primitivas o infantiles.
Aunque
Dubuffet se interesó desde pequeño por la pintura siempre tuvo serias dudas respecto a su futuro como artista, de forma que dedicó gran parte de su vida al negocio familiar de viñedos y no fue hasta los 42 años cuando decidió dedicarse por completo a la pintura. Cuando
Dubuffet pintó
La vaca de sutil hocico, de la serie
Vacas, pastos, follajes, en realidad estaba parodiando toda esa imaginería surrealista y mitológica de los minotaruos picassianos ya que nos presentaba a una vaca patética e inofensiva que tampoco tenía nada que ver con esos toros amarillos de
Franz Marc tan apasionados. Dice
Robert Hughes en su
Impacto de lo nuevo: "El interés de
Dubuffet en lo rudimentario, lo no examinado y lo embrionario equivalía a que los motivos confesionales -un rostro o un paisaje- fueran diseccionados en sus componentes menos nobles; los rasgos de un hombre se transformaban en un garabato de ojos reventones, pero su barba se elaboraba en un palacio de garabatos, impresionantes y triviales a la vez, mientras que un paisaje se reducía a una gruesa corteza de indiferenciada pintura sucia, que llenaba todo el lienzo menos la simbólica línea del horizonte".
El escritor
Georges Limbour dijo de
Dubuffet que estaba dedicado a "rechazar todo conocimiento anterior... a inventar de nuevo su arte y sus métodos en cada nueva producción". En esos términos llegó a declarar el propio
Dubuffet que: "No hay nada más común que la pasión por el arte". Y esta es una idea que me obsesiona porque siempre he considerado que el arte le importa un bledo a la gente, y que si sobrevive es gracias a no sé qué tipo de negocio seudo cultural y mercantilista que alimenta las cuentas de las aseguradoras y de los museos en puntos clave de determinadas rutas turísticas, por no decir de cualquier ruta turística. Su obra fue figurativa desde la caricatura y la deformación hasta la abstracción por el camino del materialismo. De esta búsqueda matérica surgieron las series
Suelos y Terrenos,
Pastas batidas,
Celebración del suelo,
Texturologías,
Ensamblajes y el ciclo de las
Materiologías. A veces pensamos que estamos ante un juego para niños pero en realidad son esculturas de
Dubuffet de formas helicoidales de tres colores que se retuercen como puzzles a punto de desmoronarse. En 1962 realiza su serie de esculturas denominada
L'Hourloupe donde formas aleatorias se entrecruzan configurando unas asociaciones de piezas que a veces nos recuerdan a una familia de setas y que terminan identificando escenarios completos y construcciones arquitéctónicas con paseantes incluidos. Resulta terrorífico o esperanzador, aún no lo he decidido, caminar por el boulevard
St. Germain de
París y ver en el patio de un edificio oficial una escultura hecha con pedazos que juegan a ser equilibristas y que desafían cualquier representación ornamental habitual, y que parece decir: "¿qué miras, reaccionario?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario