
Roy Lichtenstein nació en 1923 en Nueva York, y al principio se dedicó a la pintura abstracta, el expresionismo y las construcciones de maderas pintadas. Afortunadamente en 1961 recondujo su carrera artística -lo de las maderas no iba por buen camino- e inventó el arte pop. Lichtenstein enseñó aquel año a Leo Castelli unas pinturas sobre tiras de cómics y éste las aceptó para su galería. Curiosamente semanas después Andy Warhol le mostraría a Castelli sus propios cuadros de cómics -¡vaya coincidencia, señor Warhol!-pero al ver los cuadros de Lichtenstein Warhol renunció a seguir por ese camino y se dedicó a la repetición de marilyns y maotsetungs. A pesar de que ambos habían confluido en el mismo punto los estilos eran muy diferentes, Warhol aún era fiel a la pincelada expresionista mientras que Lichtenstein había utilizado los puntos bendei y las superficies de color uniforme y los perfiles negros y gruesos, pero fueron sobre todo el uso de los puntos bendei lo que venció a Warhol hasta tal punto que éste se dolía por no habérsele ocurrido a él antes. Los puntos bendei los inventó en el siglo XIX Ben Day, y son signos técnicos de impresión, definidos como gradaciones de color en líneas y texturas, es decir, las diferentes partes eran concebidas como secciones perfiladas que podían rellenarse con pequeñas formas geométricas y circulares. Lo de los puntitos bendei está muy bien pero yo creo que sólo son una anécdota en la pintura de Lichtenstein. Él acercó el mundo popular al arte, más que el arte al mundo popular. Cogió unos dibujitos típicos de cómics y le dió un tratamiento artístico, convirtiendo una mera viñeta de tebeo en un cuadro. Para ello utilizó una serie de estrategias pictóricas como los ya mencionados puntos bendei (puntitos que dan volumen, sombreado y profundidad a las figuras), o el gran tamaño de los cuadros, o -y esto es lo que yo considero más artístico- la elección de un momento, de una situación, de forma que ésta sea merecedora de la calificación de obra de arte. Quiero decir, Lichtenstein disponía de una sola viñeta para expresar lo que necesitaba. Si bien el tratamiento técnico del cuadro era casi abstracto -él mismo confesaba pintar la mayor parte del tiempo con el cuadro boca abajo, de forma que la figuras quedaban totalmente despersonalizadas-, y el uso de los colores minimalista -a menudo muy restringido en número y siempre colores puros-, lo cierto es que tras las pinturas de Lichtenstein se esconde el sentimiento humano más cercano, el que todos podemos reconocer, el que está exento de simbolismos. Incluso cuando pintaba escenas de guerra Lichtenstein admitía no estar haciendo una crítica de la guerra del vietnam sino una "definición americana de las imágenes de la comunicación visual".

Lichtenstein dijo: "siempre he querido saber la diferencia entre un rasgo que fuera arte y uno que no lo fuera", y por eso puede que dedicara su vida a indagar en esa frontera, pintando siempre al límite de lo comúnmente entendido como artístico, y por eso puede que el equilibrio que encontró justo en ese límite sea uno de los misterios de la historia más reciente de la pintura.