
Dedicado a mis sobrinos Elio, Julia y Laura.Cuando Picasso le quiso explicar a Rousseau (1844-1910) cómo ellos dos eran los dos mejores pintores vivos le dijo: "Yo en el estilo moderno, y tú en el egipcio", realmente no sabemos si le estaba tomando el pelo o le hacía un cumplido. Conocido como el aduanero por el ejercicio de su profesión durante quince años Rousseau empezó a pintar a los cuarenta años de edad y de forma totalmente autodidacta. Hoy día se le conoce como el gran maestro de la pintura naif. Los pintores naif han tenido muchas denominaciones para definir su naturaleza, desde pintores primitivos a pintores domingueros pasando por pintores infantiles o ingenuos. Realmente ninguna denominación se corresponde con la realidad, ya que pintor primitivo puede ser cualquiera que comienza un nuevo camino estético -en este caso el picasso cubista sería más primitivo que cualquier pintor naif-, un pintor dominguero puede pintar como Velázquez si el talento se lo permite, y todo pintor puede estar dotado en cualquier momento de su fase creativa con un aire de ingenuidad que determine la conexión con lo inspirado -Delacroix se definía en ocasiones como pintor ingenuo. El caso de Rousseau quizás sea el más singular de todos ya que es considerado en la actualidad como un maestro. La exactitud de su visión de la realidad, con una minuciosidad extrema a la hora de dibujar detalles -hoja a hoja, pelo a pelo-, hacía su pintura absolutamente irreal, es decir, todo lo contrario de lo que se proponía -ya que los sentidos no pueden captar de la realidad semejante acumulación de detalles. Su ambición inicial fue la de exponer con Manet, Geróme, Bouguereau y Puvis de Chavannes, pero tuvo que contentarse con hacerlo en el salón de los independientes a partir de 1886, es decir, donde exponían los rechazados del salón oficial. Esto no quiere decir nada ya que allí expusieron artistas de la talla de Seurat, Signac, Redon o Cezánne.
Pintó en numerosas ocasiones motivos selváticos argumentando que había estado con el ejército francés en México en los años sesenta, cosa que era mentira, y probablemente su inspiración proveniera más del jardín botánico de París que de otro sitio más exótico, y como describe Robert Hughes "donde el viejo pasaba horas entre las palmeras y las aráceas tomando apuntes para sus obras, escuchando todo el tiempo -como aún se puede hacer hoy- los rugidos y los graznidos de los animales enjaulados en el zoológico que está al lado". Esta nueva realidad en la que la técnica era relamida y los motivos exóticos y el colorido refulgente hizo que fuera admirado por los nuevos pintores que veían en su falta de academicismo una conjunción perfecta entre realidad y sueño. De hecho algunos autores lo ven como el precursor del surrealismo. Cuenta Gombrich cómo "La admiración por Rousseau, así como por el ingenuo procedimiento autodidacta de los pintores domingueros, llevó a otros artistas a descargarse de las complicadas teorías del expresionismo y del cubismo por considerarlas lastre inútil. Ellos quisieron adaptarse al ideal del hombre de la calle y pintar cuadros ingenuos y llenos de espontaneidad en los que cada hoja de los árboles y cada surco del campo pudieran contarse".
Cuando estamos frente a un cuadro de Rousseau sentimos cómo el proceso de creación va más allá de las normas, de las leyes de la perspectiva y de las proporciones antropométricas incluso cuando es absolutamente dependiente de las mismas. El enigma es si realmente Rousseau pintaba de esta forma como resultado de su peculiar búsqueda de un mundo mágico o, por el contrario, por su incapacidad innata de pintar como Manet. Sea de una manera o de otra sus cuadros serían los mismos que hoy podemos admirar, unos cuadros que nos sumen en una pereza intelectual que lejos de incomodarnos nos beneficia como individuos y como aficionados al arte.

