viernes, enero 09, 2009

Delacroix: La muerte de Sardanápalo.



En las galerías de pintura francesa del Louvre hay algunos cuadros increíbles. La coronación de Napoleón, de David, La balsa de la Medusa, de Géricault, y el célebre La libertad guía al pueblo, de Delacroix, quizá sean los tres que se llevan la palma en cuanto a fama y atracción. Hay sin embargo otro gran cuadro de Delacroix que a mi me gusta mucho. Se trata de La muerte -o Las exequias- de Sardanápalo. Junto a los cuadros referidos se encuentra en el ala Denon, en las salas 75 y 77. Este cuadro data de 1828, dos años antes de La libertad, y mide la friolera de 392x496 cm. La Guía de visita del Louvre dice: "La historia de Sardanápalo ha sido contada varias veces por diversos escritores. Cuando a este rey de Babilonia le informan que ha perdido la batalla, decide morir con los suyos antes que rendirse a sus enemigos. Delacroix elige representar la muerte de los caballos y de las favoritas. El derroche de colores fuertes, las formas contorneadas, la composición extremadamente densa y el tema orientalista lo convierten en un manifiesto de la estética romántica. La obra, expuesta en el Salón de 1828, suscita reacciones radicalmente opuestas. Al mismo tiempo que algunos califican a Delacroix de "poseso" o de "salvaje ebrio", Víctor Hugo exclama: "Sardanápalo es algo magnífico y gigantesco". La Summa Artis comenta la influencia que tuvo en Delacroix el gran Géricault -su impresionante Balsa de la Medusa es de 1819 y mide nada menos que ¡491x716 cm!-: "Gericault había contagiado a Delacroix su pasión por los caballos. Iba a dibujarlos en las cuadras, y hasta después de muertos estudiaba las formas de los animales caídos en el suelo. Pero el movimiento, la agitación que había en todas las obras de Géricault, duró toda la juventud de Delacroix. Hay algo en lLa balsa de la Medusa en la barca de Caronte con Dante y Virgilio. En aquel piélago embravecido, las figuras de los condenados están asidas con rabia a los bordes del buque, mientras otros flotan ya extenuados, como en La balsa de la Medusa. El primer éxito de Delacroix fue La barca de Dante. Presentado en el Salón de 1820, fue premiado por el Estado. Está ahora en el Louvre, con todos los honores...". También estuvo más influido por los flamencos que por la escuela neoclásica de David e Ingres. Sigue la Summa Artis: "En pintura sus artistas preferidos eran Rubens y Rembrandt. Para examinar la manera de Rubens, cómo ponía el color y el barniz, se subió a una alta escalera en el Museo de Bruselas. Prestó alguna atención a los primitivos flamencos, como Van Eyck, pero esta atención no fue tan grande como su admiración por Rubens. Del arte italiano, admira más a Veronés que a Tiziano. Tiene poca simpatía por Poussin, a quien dedicó un artículo reconociendo su valor, pero sólo a medias. Rafael lo mantiene con alguna reserva...". Y es verdad que en esta La muerte de Sardanápalo se ven figuras robustas masculinas a la manera de Miguel Ángel incluso, y voluptuosas y sensuales figuras femeninas que hacen pensar en Rubens sin duda. Hay un detalle de luz apagada, de casi tenebrismo caravagiesco en la parte superior del cuadro, un contraste que potencia la luminosidad sobre los personajes principales. La Summa también habla de este cuadro: "El rey está sobre su lecho, rodeado de los objetos preciosos de su tesoro que van a ser quemados con el monarca. Le rodean las mujeres del harén para el mismo sacrificio. No falta la cabeza del corcel enjaezado. El cuadro sintetiza el genio de Delacroix, deseoso de algo más violento que lo actual y presente. ¡Qué tumulto en esta escena! Tesoro, mujer, caballo y esclavas, mientras el déspota está meditando tendido sobre su fúnebre lecho". Siempre me han gustado los comentarios comprometidos y con alma de la Summa. El rey está como obnubilado, casi sin reparar en el asesinato de sus hermosas damas de compañía -aparece como aquejado de un inoportuno ataque de melancolía, reflexionando quizás acerca de la nada y el ser. Gombrich enaltece la figura revolucionaria de Delacroix: "Todos los adversarios de Ingres se unieron en torno al estilo de Eugéne Delacroix (1798-1863). Delacroix pertenecía a la estirpe de grandes revolucionarios del país de las revoluciones. Hombre de compleja personalidad, los objetos de su interés eran múltiples y diversos, y en su excelente Diario da a entender que no le hubiera complacido ser encasillado como un fanático rebelde. Si se le adjudicó este papel fue porque no podía aceptar las normas de la Academia. Delacroix no soportó toda aquella teatralería acerca de griegos y romanos, con la insistencia respecto a la corrección en el dibujo y la constante imitación de las estatuas clásicas. Consideró que, en pintura, el color era mucho más importante que el dibujo, y la imaginación que la inteligencia. En tanto que David y su escuela cultivaban el gran estilo y admiraban a Poussin y Rafael, Delacroix sacaba de quicio a los entendidos, prefiriendo a los venecianos y a Rubens". Refiriéndose al cuadro Caballería árabe a la carga de 1832, Gombrich acierta con algunas claves del talento de Delacroix: "no hay en él precisión de contornos ni desnudos modelados esmeradamente por degradación de tonos de luz y sombra, ni forzado equilibrio en la composición". Aunque Delacroix viajara a Argel para dejarse llevar por el colorido de África y sus gentes -en una acción que a la larga encontraría seguidores como en la búsqueda de lo salvaje por parte de Gauguin en Tahití y más tarde en el siglo XX en los viajés exóticos de Macke y Klee a África y de Nolde a los mares del Sur, por ejemplo-, este cuadro de Sardanápalo es anterior y todavía no podemos observar el cambio en su paleta que supuso este viaje, a pesar de ser un tema claramente oriental. Por último me gustaría recomendar a todo aquel que viaje a París que visite la casa-museo de Delacroix. La oferta museística de la capital del Sena es tan tremenda (Louvre, Orsay, Orangerie, Marmottan, ...) que es fácil que a uno se le pase la ocasión de estar en la casa de Delacroix, donde si bien no hay muchas pinturas sí se recoge todo el ambiente cotidiano en el que se desenvolvía el maestro, en el 6 de la rue Fustenberg, por la zona de saint Germain des pres, muy cerquita de la iglesia. Allí hay un panel donde detalla la ubicación de todas las pinturas de Delacroix desperdigadas en París, en museos e iglesias como en la Trinidad.




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