domingo, junio 30, 2013

Leonardo en Amboise.

Estoy en el Chateau Royaux de Amboise (6/6/13). Vine esta mañana en tren desde Orleans. Recorro el valle del Loira. Soy un alma errante, un vagabundo cultural. Busco las huellas de un artista. Nada más entrar en el recinto voy a la capilla de san Huberto, patrón de los cazadores. Construida en 1493, situada en el espacio exterior del recinto, junto a las murallas y destinada al uso privado de los soberanos, la capilla es de estilo gótico flamígero. Aquí está la tumba de Leonardo da Vinci. En la penumbra del lugar -me resisto a hacer una foto, no quiero molestar al anciano maestro-, le hago una pregunta al pintor-arquitecto-ingeniero-inventor-dibujante: ¿Por qué no pintaste en Amboise, Leonardo? ¿A qué te dedicaste durante tu estancia francesa?, pregunto en voz baja, de forma retórica. Cuando me marchaba -ya veía venir hacia un grupo de turistas con gorros blancos y pantalones cortos- oigo a modo de susurro, más allá de las tinieblas: "¡Ah, Kovalski! No es fácil responder con acierto, tantas fiestas en la corte, tantos inventos, esas maquinas que me traían de cabeza..., ¿cuándo pintar?" Por unos momentos me apiadé del genio y me vi aliviado de no poseer talento alguno, ¡qué responsabilidad más insoportable!, me dije, y encaminé mis pasos al sentido de la visita, intramuros. Luego iría al otro castillo de la ciudad, el Clos Lucé, donde estuvo alojado Leonardo, e intentaría descubrir el porqué de su inactividad artística en esos años.
Château du Clos Lucé
En la primavera de 1516 Leonardo se instala en el castillo de Cloux, en una población del valle del Loira, Amboise, invitado por el monarca francés Francisco I. Esta construcción se conoció como Cloux hasta el siglo XVII, luego adoptó la denominación actual de Clos Lucé. Fue edificado en 1477 en ladrillo y piedra y consta de dos cuerpos en ángulo recto sorteando a una torre octogonal intermedia. Allí pasa Leonardo los últimos tres años de vida. Vasari explica cuál pudo ser uno de los motivos por los que Leonardo aceptara la invitación del monarca francés. "Había un enorme desprecio mutuo entre Miguel Ángel Buonarroti y él. Debido a esta competencia Miguel Ángel se fue a Florencia con el permiso del duque Julián, llamado por el Papa para la fachada de San Lorenzo (en 1516). Al enterarse Leonardo partió rumbo a Francia, donde el rey, que tenía obras suyas y le quería mucho, deseaba que pintase el cartón de Santa Ana". El rey le dio libertad para que "realizara todo lo que su genio fuera capaz de producir". Sin embargo Leonardo no se encontraba bien, debilitado por su avanzada edad, participó en la organización de fiestas de la corte (fue muy famosa la Festa del Paradiso; también tenemos un documento de mano de Galeazzo Visconti que relata en una carta el espectáculo de magia dado por Leonardo en Clos Lucé el 19 de junio de 1518: "El patio estaba cubierto con una gran tela azul cielo y aparecían representados los principales planetas, el sol por un lado y la luna en el lado opuesto (...) Había 400 candelabros de dos brazos y, tan iluminados, que parecía que la noche había dado paso al día") e hizo estudios de hidrografía en la región como comunicación de las viviendas regias con vías de agua, acondicionamiento del curso del Loira y desecación de humedales de Sologne. Allí, en Sologne, estuvo ideando un castillo en Romorantin. También se le atribuye el primer boceto del castillo de Chambord. Se piensa que Leonardo inspiró la Torre del homenaje con su escalera de doble revolución, constituida por la unión de dos escaleras de tornillo que giran alrededor de un núcleo central hueco. Según el folleto del castillo, dos personas que recorran cada una un vuelo de escalera podrán verse por las aperturas pero no se cruzarán jamás. También es muy innovadora la planta con cuatro vestíbulos en forma de cruz alrededor de la escalera.
Francisco I nombró a Leonardo Primer pintor, arquitecto e ingeniero del rey: "Puso a su disposición su residencia, le concedió una renta principesca de 700 escudos de oro al año y financió sus obras, solo le pidió a cambio el placer de escucharle conversar, placer que disfrutó casi todos los días. Rodeado del afecto ferviente del Rey  y de su hermana Margarita de Navarra, Leonardo tiene libertad para soñar, pensar y trabajar".
Leonardo atraviesa los Alpes a lomos de un de un mulo y en compañía de su discípulo Francesco Melzi tras aceptar la invitación real. Se lleva consigo algunas de sus obras. El testimonio del secretario del cardenal de Aragón en su visita a Clos Lucé refiere "el cuadro de una dama de Florencia pintado al natural por encargo de Giuliano de Médicis". Vasari cuenta: "Hizo para Francesco del Giocondo el retrato de su mujer Mona Lisa, y, a pesar de dedicarle los esfuerzos de cuatro años, lo dejó inacabado. Esta obra la tiene el rey Francisco de Francia en Fontainebleau." Después de una descripción intensa termina Vasari diciendo de la Mona Lisa: "Tenía un gesto tan agradable que resultaba, al verlo, algo más divino que humano, y se consideraba una obra maravillosa por no ser distinta la realidad." Junto a la Gioconda, Leonardo no se separa de la Virgen y el Niño con Santa Ana y tampoco de San Juan Bautista, que según parece terminó de pintar en Amboise. También es posible que el cuadro de la Virgen y Santa Ana (hoy en el Louvre, y cuyo cartón -que se encuentra en la National Gallery de Londres aunque algunas fuentes indican la Royal Academy- menciona de Beatis más arriba) lo terminase en Clos Lucé, una pintura que a su muerte fue llevada a Italia donde finalmente la compraría el cardenal Richilieu.
De cualquier forma Leonardo no empleó su estancia francesa en la concepción de nuevas obras maestras de la pintura -una pena, demonios. Cuenta Estrella de Diego en su monografía sobre el de Vinci que en los últimos años la salud del maestro se vio marcada por un empeoramiento progresivo, seguramente afectado por algún tipo de parálisis, y documenta esta idea con el informe de Antonio de Beatis, el Secretario del Cardenal de Aragón anteriormente citado, quien da noticia del estado de Leonardo de la siguiente forma: "Pero nada más de esa calidad se puede esperar de él debido a su parálisis, que ha atacado en gran medida su mano derecha. Un milanés, que él ha educado y pinta excelentemente, vive con él."
Aquí detecta de Diego alguna incongruencia, como el hecho de que Leonardo fuera zurdo (circunstancia que certifica Gombrich en su Historia del Arte de manera irrefutable: "Era zurdo y cuidó de escribir de derecha a izquierda de modo que sus notas sólo pueden ser leídas con mediación de un espejo"), por lo que la inmovilidad en la mano derecha  no debiera ser impedimento para pintar. También llama la atención de Diego acerca de la actitud de los críticos con respecto a la dudosa excelencia de los alumnos de Leonardo. En este caso creemos que de Beatis estaba hablando de Melzi.
Manejamos entonces varias teorías sobre la casi nula actividad pictórica de Leonardo en sus años en Amboise: los asuntos de la corte y los proyectos hidrográficos le tenían demasiado ocupado; la enfermedad le dejó inutilizada la mano (no sabemos ya cuál de las dos); y a estas dos habría que añadir un epígrafe de no menor importancia: Leonardo no pintó mucho en realidad en ninguna época de su vida (relata Gombrich: "Comenzaría un cuadro y lo dejaría sin concluir a despecho de los requerimientos urgentes de quien se lo hubiese encargado. Además, declaraba insistentemente que era él quien tenía que decidir cuándo podía considerarse concluida una obra, y no la dejaba salir de sus manos si no estaba satisfecho con ella"). Bien por su afán de perfeccionismo (escribe Vasari: "A pesar de su dominio del arte, empezaba muchas obras y no acababa ninguna, porque le parecía que la mano no podía añadir a la perfección del arte nada más de lo que él concebía, bien entendido que ideaba con la mente dificultades tan maravillosas que con las manos, por muy diestras que fueran, no las podría haber expresado jamás"); bien por su arriesgados métodos técnicos (el encargo para la Sala del Consejo Mayor con el mural de La batalla de Anghiari se vio truncado por un mal procedimiento, si bien hay que fiarse de Vasari, cosa difícil de hacer teniendo en cuenta que ¡fue él mismo quien se encargó de pintar sobre esa misma pintura de Leonardo en 1563!; algo parecido, aún resiste, le sucedería a La última cena, en Santa Maria della Gracie en Milán, hoy día condenada a la extinción); bien porque dedicaba excesivo tiempo a sus ocurrentes maquinaciones, construcciones militares y civiles, estudios anatómicos, etc..., lo cierto es que la obra que nos llegado de este genio del Renacimiento es más bien escasa.
Llego a Clos Lucé, hace un calor sofocante y he tenido que subir una cuesta que no esperaba. Mi idea es perderme por los jardines (Parque Leonardo da Vinci), comer algo y descansar a la sombra de algún tejo tóxico, luego tomar un café y finalmente visitar el castillo, pero descubro con pavor que esto no es posible, a los jardines no se puede acceder si no es previo paso por el castillo según el itinerario oficial.
La muerte de Leonardo. Ingres.
En la habitación de Leonardo da Vinci hay restos de pinturas murales, quizás obra de Leonardo o en su defecto de Melzi. Desde su habitación Leonardo podía ver el castillo real de Francisco I, a escasos 400 metros de Clos Lucé. En esta sala se puede ver un cuadro de Ingres que representa a Leonardo en su lecho de muerte siendo asistido por el Francisco I -Vasari así lo relata aunque los expertos sostienen que no es muy probable que Francisco I estuviera presente en la agonía de Leonardo, me pregunto por qué no es muy probable esto, Leonardo no era un vasallo cualquiera, pero me quedo con la duda. La presencia ingente de grupos escolares me impide acercarme a menos de cinco metros del Ingres. De todas formas me extraña que este cuadro se encuentre aquí pues las fuentes consultadas apuntan al Petit Palais de París, a no ser que se trate de una segunda versión o una copia. Luego veré una reproducción del San Juan Bautista -el original en el Louvre- y eso me lleva a concluir que quizás "el Ingres no sea un Ingres", al menos el Ingres original que pretende ser. En una vitrina hay un retrato de Santa Catalina de Alejandría, de Bernardino Luini, otro alumno de Leonardo. En la cámara de Margarita de Navarra, también llamada Margarita de Angulema y hermana del rey Francisco hay un Retrato de Maximiliano de Austria, abuelo de
Retrato de Maximiliano de Austria. Durero.
Carlos V, se dice que es obra de Alberto Durero. De este artista hay un retrato de Maximiliano de Austria en Viena. Mi recuerdo me dice que el Durero que vi no se corresponde con el del Historisches Museum, pero ya no estoy seguro de nada. De repente dudo de si estoy en el castillo de Leonardo o en el de Tintín (Cheverny-Molinsart), de si Leonardo pintó a Tintín o de si el modelo para el capitán Haddock lo tomó Hergé de un retrato de Carlos V, todo es tan confuso -por favor, olviden todo esto, yo ya lo he hecho-, me digo antes de ser atropellado por un tumulto de colegiales que parecen estar riéndose de mí todo el tiempo. Afortunadamente hice una foto del susodicho cuadro y así he podido comprobar cómo este Durero, que no encuentro en ninguna fuente bibliográfica, no es el de Viena, por lo que deduzco que debe ser un original de Durero y que posiblemente sea esta imagen que he subido una de las pocas disponibles, vaya, me digo, venía buscando huellas de Leonardo y no encuentro expuesto ni un cuadro -esto ya me lo esperaba-, tampoco un dibujo, un garabato, ¡algo original!, sin embargo sí descubro este asombroso Durero, otro gran maestro del Renacimiento. En la planta baja está el oratorio de Ana de Bretaña, una capilla encargada por el rey Carlos VII a finales del siglo XV para su esposa. En ella vemos cuatro frescos pintados probablemente por Francesco Melzi, representan la Anunciación, la Asunción, el Juicio Final y la Virgen de la Luz. También se pueden contemplar una maravillosa iluminaria de Jean Fouquet que representa la Coronación de la Virgen y una reproducción en plata de la Virgen de Donatello. En los salones estilo siglo XVIII se dice que Leonardo terminó su San Juan Bautista, creo que se piensa esto debido a la gran luminosidad de la sala.
En el sótano están las llamadas salas de las maquetas. En ellas se pueden ver los artilugios diseñados por el genio de Leonardo: el primer carro de asalto, el primer automóvil, el puente giratorio, el barco de paletas, la máquina voladora, el helicóptero, el paracaídas, etc...
Uno no debe dejar de recorrer el asombroso Parque Leonardo da Vinci, admirar las ingeniosas construcciones y las explicaciones de su talento multidisciplinar, y sobre todo emocionarse con las evanescentes imágenes de los "rostros de luz", telones con rostros de figuras femeninas leonardescas (dama del armiño, Ginebra de Benci, la Gioconda...) que penden de altos árboles y que son atravesadas por la luz del sol dando lugar a sorprendentes y hermosas apariciones ondulantes.
Leonardo muere a los 67 años en el Clos Lucé el 2 de mayo de 1519.
Kovalski continuará su visita por la ciudad. Presenciará una interesante exposición colectiva de fotos del valle del Loira en la gelidez de una iglesia cercana a la oficina de turismo, se perderá por alguno de sus barrios ideando el mejor camino para llegar a la pagoda de Chanteloup -sin éxito-, se refugiará unos minutos en la iglesia de Saint Denis para ver la figura de la mujer ahogada -que más bien parece un Cristo yacente-, se cruzará con la escultura la tortuga de Max Ernst y, finalmente, antes de volver a Orleans, descansará un rato a orillas del Loira, en plena Ile d´Or, junto a la escultura anónima de Leonardo y con el Chateau Royaux al fondo.

lunes, junio 24, 2013

Museo de Bellas Artes de Tours.

Junto al de Orleans, posiblemente sea el Musée des Beaux-Arts de Tours el más importante de la zona del valle del Loira. Cerca de la catedral de St. Gatien, el museo se encuentra ubicado en el palacio del obispado. Sus dos obras más emblemáticas seguramente sean los dos Mantegna de 1459: Jesús en el monte de los olivos y La resurrección. Pero no adelantemos acontecimientos. La primera obra que anoto es una copia de un original perdido de Georges de la Tour (Las lágrimas de San Pedro), procedente de su taller y fechado alrededor de 1646. De Nicolas Prevost (1603-1670) un Triunfo de Judith, pitando para la antecámara de la estancia del cardenal Richilieu (que se situaría junto a un Triunfo de David, atribuido a Artemisia Gentilleschi). De Jacques Dumont llamado el romano es Hércules y Ónfale, de 1728. Unos años antes, en 1718, Jean Marc Nattier (1683-1766) realizó su Perseo presentando la cabeza de la medusa. Vemos un estudio preliminar de Henri de Favanne (1668-1752), La caída de Phaeton, destinado al techo del salón del Chateau de Chanteloup, hoy destruido. Entonces llegamos a los excepcionales Boucher, con su delicado dibujo y su pincel prodigioso.
Apolo e Issé. Boucher.
De Francois Boucher (1703-1770) vemos cuatro asombrosos cuadros. Apollon coronado por las artes, de 1763-66, probablemente forme parte de un proyecto para reemplazar el telón de escena de la Ópera del Palais Royal, destruido en el incendio del 6 de abril de 1763. Silvia huye del lobo que la ha herido, de 1756, es parte de un conjunto de 4 cuadros inspirados por la Aminta de Tasso. Esta obra de  1573 narra los amores del pastor Aminta y la ninfa Silvia. Fueron encargados por la marquesa de Pompadour para su Chateau de Crécy, y adquiridos en 1717 por el duque de Penthièvre. Este cuadro llegó al Chateau de Chanteloup en 1786 después de decorar el Hotel Tolouse de París. De ese conjunto también vemos Amintas vuelve a la vida en los brazos de Silvia, y en él apreciamos unas extrañas distancias desproporcionadas de los brazos tras el ropaje. El cuarto Boucher de la sala es Apolo revela su divinidad a la pastora Issé, fechado en 1750. También en el chateau de Chanteloup, fue decomisado por la revolución en 1794. Esta historia, relatada por Ovidio en el libro VI de la Metamorfosis, concretamente en el mito de Aracne, era muy popular en Francia gracias a la ópera compuesta por Destouches en 1697, Issé. La marquesa de Pompadour, que hizo el papel de Issé en 1749, en una representación que tuvo lugar en el Palacio de Versalles, en el Theatre des Petits Cabinets, encarga probablemente la pintura con ella en ese rol para su chateau de Crécy.
Boucher es considerado "el pintor de la sensualidad femenina" (Historia del Arte, Ed. Anaya). Artista protegido de Madame Pompadour, se inspiró en Correggio "para pintar a bellas mujeres desnudas envueltas en telas sedosas" (en Historia del Arte, Paz García Ponce de León). Varias fuentes coinciden en la deuda de Boucher con Correggio. Pero ¿fuer realmente Correggio un artista tan importante como para crear escuela? Una de las obras cumbres de Correggio (Antonio Allegri, cerca de Modena, 1489-Correggio, 1534) es Júpiter y Antíope, en el Louvre, y fechada en 1524-25. Zeus, en forma de sátiro, se aproxima a Antíope, hija de Nicteo, rey de Tebas, explica Manfred Wundram en su libro Renacimiento, de Taschen: "En su composición, Correggio sustituye el equilibrio clásico del Alto Renacimiento por la asimetría y somete a las figuras a complicadísimas posturas y, sin embargo, las líneas oblicuas paralelas de los personajes principales dan al cuadro un sistema fijo de referencia." También cuenta Wundram cómo el cromatismo de Correggio nace de su admiración por Leonardo y por los venecianos, en especial, Giorgione. Correggio usa modulaciones cromáticas que sustituyen a los contornos coloreados, una técnica que, unida al particular uso de la luz, confiere a las figuras "un cierto aire de ingravidez", dice Wundram. Estas características, asimetría, movimiento, modelación mediante el color, luminosidad, atrevidos escorzos y complicadas posturas son las que apreciamos así mismo en Boucher. Según esta Paz García, aunque Boucher convirtió a la mujer en un objeto erótico, "sus atrevimientos llevaban siempre un toque de distinción. Utilizó una tonalidad lechosa con suaves toques rosados." De Madame Pompadour hizo un fabuloso retrato en 1756, hoy en la Althe Pinakothek de Munich junto al Desnudo en reposo, del que, por cierto, pude ver el año pasado una versión en el Wallraf-Richardtz Museum de Colonia. La levedad y el aspecto casi onírico de sus escenas parecen decirnos algo que a los críticos se les pasa por alto. La pintura de Boucher encierra la ironía de lo ideal, pienso desvelado. Ante esas hermosísimas pastoras, entre velos de etérea frondosidad, se nos ocurre pensar: sí, esto es celestial, acaso ridículamente celestial, ¿nos tomaba el pelo Boucher?
Una de las cinco pastorales de 1743 destinadas al apartamento de la duquesa de Chateanoux en el Chateau de Versalles es La pastora indiscreta, de Nicolas Lancret (1690-1743), un pintor que compartió maestro con Watteau en la figura de Claude Gillot.
Rosalie Duthé. Périn Salbreux.
Hay un hermoso Retrato de Rosalie Duthé, obra de Lié-Louis Périn Salbreux (1753-1817). Catherine Rosalie Gerard Duthé (París 1752-1820) fue una bailarina del ballet de la Ópera y una célebre cortesana de la época, de una belleza excepcional según reconocían sus contemporáneos. Aunque existen numerosos retratos de la bailarina este de Périn Salbreux la presenta en la cima de su gloria.
En La locura de la prometida de Lammermoor, el parisino Emile Signol (1804-1892) narra un episodio de la novela de Walter Scott, La novia de Lammermoor, cuando Lucy, en su noche de bodas, apuñala a Bucklaw y enloquece.
Chasseriau.
Hay cuadros de Alex Gabriel Decamps (Mono con espejo, que recuerda a los monos de Chardin), Eugene Romain Thirion (Judith victoriosa), Eugene Giraud (Mujeres de Argel, una escena que debió asemejarse a la que años después relatara Macke en su viaje tunecino junto a Klee), Theodor Chasseriau, (Jinetes árabes delante de la tienda de un mariscal herrero, que recuerda a la pincelada del Goya más audaz, y que nace producto de la invitación a Argelia del califa para que le haga un retrato, este viaje, en 1846 tendría una gran importancia en la inclinación oriental de su pintura).
También, ilustrando el viaje de Delacroix al norte de África, se encuentran Los comediantes o payasos árabes, de 1848. En esta escena Delacroix capta fielmente la atmósfera y los colores de su experiencia africana de 1832 en Marruecos y Tánger, a través de los personajes y de las vestimentas, una experiencia que fue decisiva en su producción posterior. Gombrich cuenta cómo Delacroix, cansado de los temas cultos de la Academia se marcha al Norte de África para estudiar el brillante colorido y los románticos ornamentos del mundo árabe. Ante un torneo de caballos en Tánger, Delacroix escribe en su Diario que esa escena, con los caballos encabritados y luchando con furia -y que pintó en el lienzo que se encuentra en Montpellier-, parecía tan extraordinaria y fantástica como las imaginadas por Rubens.
Frente a Un egiptólogo (1882) del pintor local George Moreau de Tours (1884-1901) me vienen a la mente el geógrafo y el astrónomo de Vermeer. La familia Cazin pinta a coro el impresionante Les Oubliées.
Hay una sala dedicada a Olivier Debré (París, 1920-1999). Este alumno de Courbusier se relacionó con artistas como Soulages y Nicolas de Stäel, y parece que Tours va a instaurar una fundación con su nombre en  la Escuela de Bellas Artes. Los cuadros aquí presentes son vistas del Loira como Ocre con manchas amarillas del Loira, 1981, Ocre ligero con manchas violetas del Loira turonés, 1981, imágenes de inspiración abstracta que no dejan de lado definitivamente la figuración, la huella de Stäel sigue presente en estos lienzos.
A las 12 del mediodía sale el tren a Lyon que debe dejarme en Chenonceau, así que me quedan pocos minutos de estar en el museo si no quiero perderlo. Es cuando llego al nivel cero y me encuentro con los increíbles Mantegna (Isola de Carturo, 1431-Mantua, 1506. Cristo en el monte de los olivos comparte motivo con el cuadro que hay en la National Gallery.
Mantegna. Cristo en el monte de los olivos.
De este cuadro, del "inglés", Wundram resalta la nitidez gráfica de las líneas (por influjo de Donatello, su verdadero maestro, con quien se adiestrara "en la representación armónica de la anatomía humana, la precisión en el acabado y en la técnica de la perspectiva", Wundram dixit), el gesto de Cristo (vuelto hacia los ángeles), subrayado por las diferentes alturas del paisaje en primer plano y fondo, y por la silueta ascensional de la ciudad y por las tropas a la derecha. Estos apuntes son igualmente válidos para el Cristo de Tours. Existen varios planos, el Cristo -en este caso girado hacia la derecha-, reza ante un solo ángel, las tropas, que se aproximan por la izquierda, proceden de la ciudad -que también revela motivos de la Roma antigua como en la National Gallery- y cruzan un puente. A la izquierda -a la derecha en la National Gallery- un tronco de árbol que refiere el tormento en la cruz. El crítico asegura que la acción principal desarrollada en diagonal descendente es un indicio del carácter inexorable del destino. En Tours este razonamiento permanece, tan sólo cambia la orientación de la diagonal, si bien la agrupación de personajes -apóstoles dormidos, alguno en escorzo típico de Mantegna, y Cristo- es más sólida en Tours que en Londres.
Exvoto. Rubens.
Casi corriendo me doy cuenta de que hay unas salas en el nivel uno que no he visto, ¡el Rubens y el Rembrandt! Afortunadamente no se me pasaron por alto la espléndida Huida a Egipto del de Leiden, ni la extraordinaria Virgen con niño y donantes, Alexandre Goubau y esposa, del afincado en Amberes.
En resumen, el de Tours es otro excelente museo en pleno valle del Loira, considerando que se trata de una localidad de tamaño medio -aunque algo mayor que Orleans, no llega a los 200.000 habitantes-, y con algunos títulos en su colección que hacen obligada su visita. El precio: 5 euros. Guardarropas: gratuito. Horario interrumpido: de 9 a 12:45 y de 14 a 18 h. Cierra los martes. La presencia de visitantes: mínima. Duración de visita: entre 1.5 y 2 h.
Web del museo (muy recomendable): Museo de Tours
Plano del museo.


viernes, junio 14, 2013

Museo de Bella Artes de Orleans.

Estructurado en dos plantas, dos entresuelos y un sótano, y con una colección que va desde el Renacimiento hasta el Arte Moderno, le Musée des Beaux Arts se encuentra en pleno centro de la ciudad, justo al lado de la catedral, en el 1 de la rue Fernand Rabier. La entrada cuesta tan sólo 4 euros y con ella también se puede acceder al modesto pero interesante Museo histórico y arqueológico. Comenzamos el recorrido en la segunda planta. La Virgen, el Niño, San José y Santa Catarina de Siena de Girolamo del Pacchia, obra del año 1520, presenta un esfumato leonardesco, un dibujo de una delicadeza prodigiosa y unas texturas del manto verde realmente espectaculares –el rasgado, la confluencia de tonos, si uno enfoca una sola parte del cuadro e ignora el resto del dibujo, la placa del autor, la sala en la que se encuentra, bien podría pensar que esa superficie desgastada ha sido creada por un autor moderno. De Veronese vemos un Cristo bendiciendo entre la Virgen y San Marcos. Se puede leer en la tabla informativa: “zonas más claras que corresponden a los reflejos de las partes que resaltan y zonas más oscuras en los huecos del drapeado recorren los tejidos particularmente la túnica roja de Cristo y el brillante paño verde del segundo plano”. Un Retrato de hombre viejo con barba de Tintoretto nos hace pensar en la novela Maestros Antiguos de Thomas Bernhard y el Tintoretto ante el cual se sentaba cada día el protagonista en una sala del Historisches de Viena. Del San Jerónimo en su oratorio de Claeszoon van Reymerswaele (1490-1546) nos intriga esa calavera inclinada, en posición escorada propia de algunas figuras de Mantegna, por cierto, ¿y el león? De Otto van Veen hay una sobrecogedora Madeleine en pleurs y una Victoria de Escipión sobre Aníbal en la batalla de Zama, donde las figuras quedan perfiladas por un hilo dorado, reflejo del resplandor de la batalla. En La adoración de los magos de Bartholome Bruyn (1493-1555) no vemos ningún rey negro, tampoco aparece San José. Extraordinario artificio de síntesis es el que realiza Giovanni Andrea Donducci en su Fiesta campestre en el crepúsculo de 1610-11, donde los rostros tan sólo son esbozados y las figuras del fondo, en la orilla, están ejecutadas a trazos -¿un esbozo o un asomo de genialidad visionaria? Impresionante es la Cabeza de hombre viejo de 1615 de Anton Van Dyck. En un estilo que antecede al de Rembrandt o Hals, este van Dyck presenta una pincelada desbordante, muy moderna, prevelazqueña. Aquí me pregunto si el sentido de todo arte es el de relacionarlo con épocas pasadas y venideras, formando un cúmulo de imbricadas conexiones entre unas obras y otras, entre unos autores y otros, prediciendo, reformando, citando, etc...
Diógenes. Van Moll. Detalle.
El cuadro de Diógenes del antuerpiense Pieter van Moll (1599-1650) nos seduce por el uso de la luz que emana de la lámpara, la inusual postura de la joven, de espaldas, con el niño, la enigmática mirada fija del caballero de la izquierda y otros personajes como el esclavo negro y la monja vieja, así como la joven de piel lechosa que alza la mano y mira al filósofo, quien parece amonestar a alguien, de forma psicótica. Nos sorprende encontrar un Velázquez de su etapa sevillana, el Apóstol Santo Tomás, de 1620 (uno de los dos Velázquez que hay en Francia, junto al Demócrito de 1628-29 del Museo de Bellas Artes de Rouen). Me fijo en un detalle minúsculo, una pequeña pincelada rosa en la uña del dedo meñique de la mano derecha. El vencimiento de las dos tapas del libro es igualmente prodigioso. Sobre este cuadro dice la tabla de información: “Sus primeras obras –conquistado por la ola caravaggista- muestran volúmenes que están fuertemente acentuados por la luz, todos monocromos, pinceladas espesas.
Santo Tomás. Velázquez. Detalle
Santo Tomás, pintado en 1619-20, sin duda formó inicialmente parte de un apostolado, serie de cuadros que representan a los doce apóstoles. Esta figura monumental, de perfil, ocupa el espacio entero del lienzo que está atravesado por el oblicuo de la lanza de su suplicio. La fuerza de la luz destaca sobre el fondo moreno y acentúa de manera extrema los pliegues pesados del abrigo. Su cara arrugada, su boca abierta, sus manos apretadas proporcionan una personalidad y una vida intensa a ese personaje que, sin embargo, consigue ser a la vez un hombre de pueblo, un apóstol que duda de la resurrección de Cristo y un futuro mártir de la fe”. A la vuelta consulto a López Rey y averiguo algunas cosas. De esa época son San Pablo, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, San Juan en Patmos, en la National Gallery, y otro posible San Pablo de la colección particular del Marqués de Casatorres en Madrid. Este Velázquez está en Orleans al menos desde 1843 cuando aparece catalogado como Murillo. La pintura fue sometida a una limpieza en los talleres de este museo en 1993 con motivo de una exposición en Venecia. Dice López Rey acerca del caravaggismo de Velázquez: "Al contrario de Caravaggio, Velázquez utiliza una luz difusa, matizada de verde, que rodea a las personas y a los objetos con una especie de contorno difuminado que hace resaltar, al mismo tiempo, sus diferentes texturas." En la sala dedicada a obra gráfica –una luz tenue se enciende al entrar el visitante- se pueden ver diversos desnudos de Beatrice Beudrimont, deudores de Matisse y Picasso -en una exposición que estará en el museo hasta el 1 de septiembre de 2013: "De un solo trazo, preciso, ágil, elegante, nace el desnudo de la mujer y sus numerosas variantes", reza la web del museo. Hay tres bocetos que me recuerdan a Giambattista Tiepolo, dos de Felice Giani, La providencia divina con la justicia, la abundancia y dos genios, y Phebus confiando el carro del sol a Phaeton, y uno de Sebastiano Picci (1654-1738), Aurora y Céphole, de 1706.
Baco y Ariadna en Naxos. Le Nain.
Ya en la primera planta nos encontramos con la pintura francesa de los siglos XVII y XVIII, Mossnier, Prevost, Freuminet, Deruet, Desportes, Cazes, de la Fosse, Halle, de Troy, Bertin, Natoire, de Favanne, un desconcertante y luminoso Baco descubre a Ariadna en Naxos, de 1635, de uno de los hermanos Le Nain, donde el lirismo de las dos figuras protagonistas contrasta con la rudeza de los forzudos remeros del segundo plano, que parecen estar en otra dimensión, y un asombroso Georges de la Tour, San Sebastián curado por Irene, de 1630-39 (una escena que ya hubiera pintado Pacheco, el maestro de Velázquez, en 1616, destruido en un incendio en 1936). Hay una sala donde se exponen pasteles de Peronneau, Chardin y Quentin de la Tour. También están esparcidos por la sala, dispuestos de forma que el visitante pueda tropezar con ellos en un descuido, los ineludibles bustos de Moliére, Rousseau y Fontaine, obras de Houdon. Un delicado retrato de Henri Francois Riesener que representa a Anne Louise Felicita Riesner y a su hermana Adelaide Anne Longroy (¿quién es quién?, me pregunto), el Judas de Duraneau y algún Restout, Subleyras y Bardin completan esta parte de la colección temporal.
En el primer entresuelo está la escuela francesa del XIX y se refieren los obligados viajes a Italia que debían hacer los artistas para su formación. Vemos una impactante Cabeza de mujer vieja de Delacroix, y de Cogniet una Cabeza de mujer y niño, ambos de 1824. De este último también La expedición de Egipto a las órdenes de Bonaparte de 1829-35.
En los brazos... Fleury.
En el entresuelo inferior están la épica escena del artista de York, William Etty, Jeanne d´Arc sale desde las puertas de Orléans y expulsa a los enemigos de Francia, y la etérea imagen de Margarita y Marta en la iglesia, de Louis Maurice Boutet de Monvel, presentada en el Salón de 1874. De Jean Pierre Alexandre Antigna hay varias obras como Después del baño, del Salón de 1849, El incendio y Las aragonesas de Anso.
En el subsuelo hay una modesta colección de arte moderno en la que resaltan un retrato de Tal Coat, En los brazos de una madre, de Lucien Fleury, La gitana de Moise Kisling, de 1940, Ann Sheridan de la serie Cinemonde de Rancillac y un Peter Klasen, Gegen, de 1981.
Teniendo en cuenta que está en una ciudad de poco más de 100.000 habitantes, el Museo de Bellas Artes de Orleans es un magnífico museo con algunas obras de gran valor y de visita inexcusable para todo viajero del valle del Loira.
Plan guía del museo.