jueves, junio 17, 2010

Mirar. John Berger.



La mirada de John Berger.

El crítico de arte y novelista John Berger (Londres, 1926) tiene varios libros de recopilaciones de artículos o ensayos sobre Arte. Uno de ellos es Mirar, publicado en Londres en 1980. En el apartado Usos de la fotografía nos encontramos con un pequeño ensayo titulado El traje y la fotografía dedicado a August Sander. El objetivo de Sander fue encontrar arquetipos de todas las clases sociales en los alrededores de Colonia. Su idea era la de realizar hasta 600 retratos pero la guerra y los nazis interrumpieron su proyecto. Una de las fotos más conocidas de Sander es Campesinos camino del baile, de 1914. Berger analiza esta y otras fotos de Sander. Sobre Músicos de una banda escribe: "Se diría que los músicos carecen de coordinación en sus movimientos, que son patizambos, cachigordos, culibajos, contrahechos o jorobados. No inspiran lástima." No es para tanto. Es cierto que los músicos presentan unas extrañas anatomías, pero uno no se atreve a especificar el porqué de esta sensación. A mi esa foto de Sander me recuerda particularmente a un cuadro de Rousseau, el pintor aduanero. Berger reflexiona sobre el poder de la imagen, el sentido de la fotografía, y la misión de ésta en la sociedad y en la vida del individuo. ¿Es la fotografía el sustituto del recuerdo? Esta es una cuestión que siempre me hago cuando voy de viaje y entonces reprimo el impulso frenético de hacer fotos sin ton ni son. Soy consciente de que cada foto que haga ocupará el lugar del posible recuerdo que tenga de ese momento. De alguna forma estamos limitando nuestra memoria, nuestras sensaciones pasadas, anulando nuestra existencia, en definitiva. A propósito de Rousseau también le dedica Berger unos párrafos en su capítulo Lo primitivo y lo profesional. En él alude a la negación de la técnica académica y de la tradición para llevar a cabo un arte basado en su propia experiencia. En Millet y el campesino leemos cómo Millet se dirigía "a un público urbano privilegiado, decidió describir aquellos momentos que ponen de relieve la dureza campesina." Concluye Berger que Millet era mucho mejor dibujante o grabador que pintor. No sé, a mi me parece que Millet pintaba muy bien, si bien es cierto que algunos dibujos expuestos en el Orsay me produjeron una profunda huella. Seker Ahmet y el bosque trata sobre un cuadro del pintor turco un tanto desconocido en Occidente. En Turquía la tradición pictórica iba de la mano de las miniaturas presentes en los libros (leer Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk). Este cuadro, Leñador en el bosque, se encuentra en el museo de Besiktas en Estambul. Un leñador -pequeño, insignificante, herencia pussiana quizás- se va a adentrar en un bosque donde hay tres grandes árboles. El más alejado de los tres se ve como el más grande e iluminado. Berger estudia la razón de esta impresión. Ahmet estuvo una temporada en París donde recibió la influencia de Courbet, y con esa ensaladilla mental llegó a su país donde pintó cosas tan enigmáticas como ésta. Berger nos presenta a un paisano en Lowry y el norte industrial. Lowry, que nació en Manchester en 1887, pintó escenas urbanas, industriales en el barrio de Chelsea de Londres. Obtuvo bastante éxito, aunque después de 20 años pintando sin que nadie le hiciera caso. Un listo montó una exposición en Londres en 1938 y Lowry comenzó a ser famoso. Yo desconocía por completo la obra de este autor y en el libro de Berger no hay ni una foto de sus cuadros. Cuando vi sus pinturas quedé impresionado por la sencillez y la crudeza de las mismas. Me vienen a la mente el propio Rousseau y las escenas populares de Brueghel. Es ese tipo de autores que tras ver sus cuadros te entran ganas de pintar. Hay un magnífico ensayo sobre la persona -y obra- de De la Tour. Son sus obras tardías las que le han reportado la fama, esas imágenes entre penumbra, con puntos de luz "divinos" y personajes humildes. Una fama que vino mucho tiempo después de su muerte tras una muestra en el Orangerie en 1934. Para Berger 3 son las obras maestras de De la Tour: La Magadalena con el espejo; San José carpintero; y La mujer de la pulga. Hay un interesante artículo dedicado a Walt Disney y Bacon, quienes comparten puntos en común según la erudita mente de Berger. Otros ensayos están dedicados al grupo de Stijl en los Países Bajos -ahora Mondrian de actualidad por el robo de un cuadro suyo, no geométrico precisamente, en una localidad holandesa-, a Colmar -y Grünewald consecuentemente-, adonde Berger recala por dos veces y cómo esas dos veces ve dos versiones diferentes del retablo de Issenheim -es el momento del libro más lírico y donde encuentro semejanzas con el estilo de Nooteboom en su Enigma de la luz, será al revés más bien-, a Hals y la bancarrota, a Magritte y lo imposible, y a Rodin y su sexualidad. En Giacometti vemos una fotografía del artista cruzando la calle bajo una lluvia pertinaz. En esa foto vemos al Giacometti más mundano, cuando ya es un artista famoso mundialmente. En esta foto -de Cartier Bresson- me gusta adivinar la figuras caminantes del propio Giacometti. Resulta curioso cómo esa foto no figura en ningún artículo de fotografía, y básicamente es una muestra del aspecto humano del artista, pero del retratado, no del fotógrafo. Es una foto tan misteriosa e impresionante como ésa en la que se ve a Giacometti moviendo sus figuras en una sala preparando una exposición -comentada hace algún tiempo en este blog, creo que cuando estuve en Zúrich, allá por el verano del 2007. En definitiva, un libro fundamental para todo buen amante del Arte. Afortunadamente hay otros libros de Berger que leer y con los que aprender.